Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

martes, 20 de mayo de 2014

SOBRE EL 69 POR CIENTO.

Sesenta y nueve por ciento -casi tres cuartas partes del electorado- que afirma, según las encuestas, que no va a votar el próximo domingo.
 
Estamos -está España- una vez más, entre el fervorín y la pataleta. Fervorín de politiquería, basada generalmente en el anti; en votar en contra de uno o de otro, y sólo en muy raros casos fundamentada en la afirmación de lo que se quiere.
 
En España no somos -bueno, permítanme salirme, junto a los míos, del genérico- peperos o sociatas. Somos -son- antisocialistas o antipopulares. O, mejor dicho, antifascistas, porque la izquierda -no sólo en España- es radicalmente antifascista -es decir, negativa de lo que aborrece- y necesita tener un fascismo que le permita situarse en algún sitio. La izquierda, sin fascismo, es como un jardín sin flores, como un día sin sol o como un niño al que le acaban de pinchar el globo.
 
La izquierda necesita el fascismo para sobrevivir. Sin el fascismo -inventado y truculento en su imaginación desbocada, anclada en las pesadillas del neandertal- la izquierda no tiene rumbo, ni sitio, ni fundamento. Por eso ha disfrazado de fascista a un PP ideológicamente más socialista que los socialistas, pero físicamente cobarde, espiritualmente acojonado. Tan distante del fascismo que los sociatas anhelan para justificarse, como del nacionalsindicalismo que me honro en confesar.
 
También la derecha necesita al fascismo. El PP huye del fascismo como del anatema. Y no sólo porque no lo sea, sino porque le acongoja que se lo digan. Pero lo necesita para achacárselo a quien no le gusta, lo mismo que la izquierda. Así, tanto unos como otros han calificado de fascista a ETA, cuando todos sabemos -porque lo ha dicho ETA- que es marxista leninista. Más o menos como el PSOE, que volvió al marxismo con Rodríguez, o como el PP, que ejerce el marxismo con el entusiasmo del ocultón.
 
Así puestos, no podría extrañar mucho que del fervorín politiquero se haya pasado a la pataleta abstencionista. Que el electorado, harto de unos y de otros, prefiera pasar de política. Que la gente esté aburrida de robos y falsedades, de EREs institucionalizados, de trinque sindical, de sobrecostes abusivos de obras, de cohechos y prevaricaciones de unos y otros, de peleas internas que se pasan la alabada voluntad popular por el arco del interés del partido; de traiciones a lo prometido en los programas electorales -de eso acusan al PP los sedicentes de VOX- o de gobernar en contra de la opinión de los electores que les encumbraron.
 
No sería de extrañar que la gente, cada vez más, cayera en el desinterés hacia lo público, bendiciendo con su dejadez el mantenimiento de la casta política, endiosada y endogámica. Todo lo cual lleva, inevitablemente, a la condición de borrego que unos u otros -unos y otros- llevan al matadero del impuestazo y tente tieso.
 
Porque, por mucho que el ciudadanito pase de la política, la política no va a desentenderse del ciudadano.
 
La gente que no entiende de política, que no quiere saber nada de política, no hace más que dejar su vida en manos ajenas. Precisamente en las manos de los del fervorín y la pataleta, en barahúnda irracional.
 
Como ya se estarán pensando, todo esto lo digo para animar al voto; pero al voto útil, que es el que se deposita en conciencia, con arreglo a los principios y razones de cada uno, y nunca en función de una antipatía que necesita del contrario para encontrar su lugar.
 
Mis razones y mis principios, que llevo prácticamente toda la vida compartiendo con quien quiera conocerlos a través de prensa escrita y actualmente en este diario, me llevan a rechazar por igual a PSOE y PP, dos culos de la misma moneda falsa. Me llevan a rechazar a las sucursales que unos y otros han abierto, con nuevos nombres y mascarones de proa viejos. Me llevan a rechazar a los vividores antifranquistas, que han trincado del cuento desde hace medio siglo y siguen viviendo cojonudamente contra Franco.
 
Y me llevan a considerar como opción válida y con garantías a Impulso Social.

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