Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

jueves, 11 de octubre de 2012

SOBRE 24 AÑOS.

Que son los que se cumplen de la ausencia del maestro Rafael García Serrano en este Doce de Octubre lleno -más que nunca- de zozobra, de traición, de cobardía y de incertidumbre.

Parece que España, harta de irse muriendo poco a poco desde hace casi cuarenta años, haya decidido suicidarse definitivamente, entre la general apatía, la viva desmoralización, la traición absoluta y la palabrería contumaz. Acaso, simplemente, incapaz de soportar por más tiempo la turba de parlanchines, traidorzuelos, mentecatos y soplagaitas.

Parece que España esté a punto para el fin; para hundirse en la Historia tras un naufragio previsto y ayudado por su propia tripulación, partida de grumetes desconocedores de los altos designios de la aguja de marear, la mitad trompas y la otra mitad sanguijuelas.

Parece que la última caída del Calvario patrio se acerque sin pausa y con prisa, porque en esta hora no hay ni un puñetero piquete de alabarderos que la defienda -como no lo tuvo la monarquía alfonsina y caduca que se desprendió como cáscara muerta-, ni un pelotón de chupatintas que al menos saquen callo escribiendo al dictado de los vendepatrias. Todo se va en palabrería insulsa de charlatán de feria, en aspavientos de monos de circo televisivo.

Y nada de esto es nuevo, porque ya lo avisaron los que sabían. Rafael García Serrano, por ejemplo, que en su V Centenario nos habló del -entonces- futuro trucidamiento hispano.

Pero también -esto es lo mejor- del renacer. Con eso me quedo hoy: con el renacimiento de España de entre la mugre y la amnesia. Con el resurgir, que quizá -Dios no lo quiera, pero tampoco lo impida si es menester- traiga sangre, pero también vida.

Este es, en este año 2012, mi recuerdo al maestro, al camarada Rafael que está en los luceros. Porque el supo ventear -con esa angustia que se agarra a los huesos, que solidifica la sangre- los tiempos que vendrían. Pero también cantó el triunfo final. Así sea.

1 comentario:

27 puntos dijo...

¡¡¡SIEMPRE PRESENTE!!!

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