Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

jueves, 21 de septiembre de 2017

SOBRE LA LEY Y LA IGUALDAD.

La ley -ya lo dicen los interesados- es igual para todos. También es cierto que todos somos iguales, pero unos más iguales que otros, según afirmaban los cerdos de Orwell. 

Ayer, dado que las Fuerzas de Seguridad del Estado cumplían las órdenes judiciales y se incautaban de material para el golpe de Estado separatista en Cataluña, y de paso detenían -por orden judicial- a los instigadores, promotores y ejecutores de un delito de sedición, unos cuantos energúmenos -según 20 minutos, la Guardia Urbana de Barcelona los cifraba en unos 3.800- se concentraron para hacer lo que su condición les demandaba; esto es: berrear y ciscarse en la Policía -como es tradición en los anarcoguarros pancatalanistas- y en la Ley.

Uno no puede por menos que recordar sucesos comparables, aunque de sentido contrario, y establecer similitudes. O, mejor dicho, diferencias. Diferencias de esas que la Ley no permite.

Ya lo he contado en otras ocasiones, así es que resumiré: en 1979, por ésta época, hubo un atentado donde los separatistas baskos asesinaron a varios Jefes y Oficiales de la Armada. Se convocó una manifestación espontánea de repulsa -tan espontánea y tan legal como la de los paletos catalanistas de ayer- que la Policía tuvo a bien obsequiar con sus botes de humo y sus pelotas de goma. Humos y pelotas que ayer no hicieron acto de presencia, acaso por no tenerlas disponibles.

En 1981, una treintena de militantes de Fuerza Nueva fuimos detenidos por pegar unos carteles que -¡horror- carecían de pié de imprenta. Supongo que las papeletas, sobres, listas, tontas y mediopensionistas incautadas a los paletos separatistas incumplen algo más que la mera formalidad administrativa, pero no tengo noticias de que hayan sido detenidos sus depositarios.

En otro orden de cosas, ignoro a qué coño espera el señor Rajoy para tomar las medidas legales pertinentes, y me gustaría saber si acaso el hecho de la propaganda antisistema financiada con dinero público; si la prevaricación de los más altos cargos del gobierno regional catalán; si la desobediencia continua a los requerimientos del Estado del que estos cargos emanan; si el desafío permanente a la legalidad y al sentido común; si hechos puntuales como que el puerto de Palamós (Gerona) no haya permitido atracar a uno de los barcos que el Gobierno ha enviado para que sirva de base a las fuerzas policiales enviadas a meter en cintura a los delincuentes; si que la Guardia Civil permanezca horas sitiada por los aldeanos anarcoguarros; si todo esto, señor Rajoy, no es suficiente motivo para aplicar el constitucional artículo 155, suspender el gobierno regional y mandar a los cazurros que lo forman a su casa. O a donde proceda, según sus responsabilidades.

Por otro lado, ayer se cumplía el aniversario de la fundación de La Legión. ¡Qué motivo para haberles ofrecido a los legionarios un buen homenaje!

Y esta afirmación que precede no es, en ningún modo, una insinuación de la aplicación del igualmente constitucional artículo 8. Mandar la Legión a desasnar paletos separatistas es como matar mosquitos a cañonazos. Y además, es lo que los mandamases, los cabecillas y los que se largarán a Andorra cagando leches, en busca de sus bien robados cuartos, si llegan a pintar bastos, desearían. 

Pero, de verdad, no hace falta llegar a eso. Y menos aún a aplicar la receta napoleónica de disparar unos cañonazos a las turbas, que harían la felicidad de los puigdemontes, las colaus, los tardás y los rufianes -sustantivo y calificativo, en este caso-  y todos esos y esas y eses, que ni saben lo que son -porque cada uno es de una leche- ni lo que quieren, pero lo quieren ya.

En este asunto del golpe de Estado de los separatistas catalanes basta -lo he repetido un par de veces al menos- con aplicar la Ley. Con aplicársela igual que al resto de los pobres ciudadanitos que no tenemos cargo del que chupar, ni bote que saquear, ni presupuestos que trincar; de los que somos españoles por la Gracia de Dios, o porque sabemos lo que eso supone, o porque nos da la real gana, y no admitimos que otros nos vengan a quitar lo nuestro. Porque España es nuestra, de todos y cada uno. 

Hay separatistas catalanes que aducen que esto es como si fuera una comunidad de vecinos, y que ellos no están a gusto y se quieren ir. Lo cual es justo y nadie se lo impide: se pueden ir cuando quieran. En España no se le ha prohibido a nadie salir del territorio nacional -salvo cuentas pendientes con la Justicia- desde que los rojos dejaron de mantener cerradas las fronteras. 

Los que no estén conformes en esta comunidad, se pueden ir cuando quieran; ¡lo que no pueden hacer es llevarse el piso, coño!.


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