Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

jueves, 10 de marzo de 2016

SOBRE LA COLADA DE COLAU.


Colada, por llamar de alguna forma que el fiscal permita, a la mala educación de la señora alcalda -porque esta también, como la señora Carmena, es una alcalda- de Barcelona. 

Señora alcalda que ayer, en una cierta feria educativa de la ciudad que sojuzga, al ser saludada respetuosamente por dos militares -uno de ellos un Coronel, y el otro no alcancé a distinguir las estrellas- les dijo que no me gusta que estén en el salón, por aquello de separar espacios.

Realmente, no comprendo qué espacios necesita la señora alcalda que le separen, aunque sí me parece comprender su actitud, basada en la supina ignorancia, porque estos y estas perroflautas y perraflautas, que son el colmo de la modernidad, la progresía y la democracia, deberían saber que su origen -el de la democracia en Europa, digo- procede de la Revolución Francesa, que entre otras muchas cosas -muchas de ellas malas, aunque no todas- dio origen a los ejércitos nacionales. 

El origen de los ejércitos modernos -para colaus y demás tontoflautas: lo que en Historia se considera Edad Moderna y posteriores-, se basa, por tanto, en el pueblo en armas, lejos de los ejércitos feudales, levantados por los nobles y casi más a su servicio que al de la Corona; es decir -nuevamente para perroflautas colados- del Estado.

Sentado este precedente -o sea, que el Ejército es el pueblo en armas- que los tontos ignoran profusamente, cabe recordar que en las Fuerzas Armadas se imparte una formación académica al menos igual -y por lo general superior- a la que se pueda obtener en los demás centros educativos. Evidentemente, los cacaflautas -en su oceánica ignorancia- desconocen que los alumnos de academias militares salen de ellas con los títulos de oficial que les corresponden, pero con estudios de diversas ramas del saber -ingenierías, idiomas- en nada inferiores -y en mucho superiores- a lo que puedan aprender los desgraciados alumnos de Universidades, como la Complutense, que caigan en manos de profesorcetes políticamente enchufados como Iglesias, Errejón y otros ejemplares de quiste hidatídico universitario.

Pero, dicho todo esto -y callado mucho más que se podría decir, pero que ocuparía demasiado de forma innecesaria, porque el que lo sabe no lo necesita, y el que lo ignora jamás será separado de sus tópicos por la razón- debo reconocer que me preocupa mucho más que la mala educación, la ignorancia, la zafiedad de la Colau -sin señora-, las razones esgrimidas por ciertos comentaristas de radio y prensa en defensa del Ejército.

Defensa basada en que ya llamará la Colau -sin señora- al Ejército si surge alguna desgracia -además de tenerla como alcalda- en su ciudad; que el Ejército ayuda en inundaciones, incendios, nevadas, emergencias de todo tipo. Que el Ejército realiza admirables obras sociales y humanitarias en países extranjeros.

Comentarios que son ciertos, porque nada mejor que una organización debidamente jerarquizada y disciplinada para hacer lo que hay que hacer y cuando hay que hacerlo; pero comentarios que reducen a los Ejércitos al papel de oenegés suministradoras de agua embotellada, aspirinas y tiritas.

Y los Ejércitos no están para eso -aunque lo hagan, y lo hagan bien-, ni son eso. Ni siquiera están los militares para sustituir a los ineptos poderes civiles cuando vienen mal dadas, y ocurre una desgracia a la que estos son incapaces de hacer frente porque se han gastado los cuartos en fiestorros zafios y groseros; o cuando una acumulación de idioteces pone la sociedad al borde del colapso como, por ejemplo, cuando una ciudad como Málaga está a un paso de la emergencia sanitaria porque nadie hay con lo necesario para retirar de la circulación las basuras, ni a los que impiden recogerlas.

Y por supuesto, no estoy diciendo que el Ejército deba salir a recoger la basura, sino que sería bueno que acompañase a los encargados de ello, tanto para animarles en su labor, como para dialogar con los piquetes incendiarios y cachiporreros en el lenguaje que fuese menester. 

A veces hace falta poner un poquito de cordura en mentes calenturientas; animar al entendimiento entre gentes de bien y colaus que se cuelan; centrar los diálogos entre tanto besugo, y en esos casos viene bien contar con personas que, por profesión y vocación, son incluso capaces de mantener la sonrisa y la compostura ante los barriobajeros, los vagos, los maleantes y los snob. Así lo vio un ministro socialista y zapateril, José Blanco, y a nadie le pareció fuera de lugar que enviase las tropas a supervisar el trabajo de los controladores aéreos. Controladores que -todo sea dicho- afirmaron trabajar mucho más a gusto, y mejor tratados, bajo supervisión militar que bajo las órdenes de sus jefes habituales.

Pero incluso aunque los militares sean capaces de acoger, con la conmiseración que merecen, a estos pobres desgraciados colaus que no saben nada, pero lo vociferan todo, los Ejércitos no están siquiera para cuidar gamberros, tarados o tiorras. Los Ejércitos están para preservar la paz y -si Dios no lo impide- para hacer la guerra cuando los políticos nos lleven al abismo, como suelen. Están para garantizar -por mandato de la Constitución pergeñada por los políticos- la Unidad de España y su integridad territorial. 

También, a veces, a algún militar le es concedida la ocasión de enseñar al que no sabe, y ocurre como en la visita de Su Santidad Benedicto XVI a España, cuando la Puerta del Sol estaba llena de rojimierdas, cacaflautas, hideputas a granel y canallas en general, que en opinión de la Policía allí destacada podrían poner en peligro el tránsito del Cristo de la Buena Muerte por la plaza, camino del lugar asignado para la visita del Papa, por lo que aconsejaba variar el itinerario. El oficial legionario que mandaba la tropa, con la determinación y la sobriedad propias de quien sabe mandar hombres, repuso que él tenía sus órdenes y las iba a cumplir, y que quien quisiera impedirlo se atuviera a las consecuencias.

Evidentemente, ante el Cristo de la Buena Muerte llevado a hombros y escoltado por sus legionarios, no hubo ningún incidente. Y es que hay situaciones en que basta con saber manera.


2 comentarios:

Saturnino José dijo...

Que bien ha hecho usted en recordarnos el paso del Cristo de la Buena Muerte por la Puerta del Sol. Creo que cuando los legionarios empezaron a cantar "Soy el Novio de la Muerte", aquellos valientes (je)que escupían e insultaban a los jóvenes católicos de todo el mundo desaparecieron y apenas se les podía seguir el rastro canelo que dejaban por el suelo.

Siga dando su opinión libre, don Rafael.

Rafael C. Estremera dijo...

Gracias, amigo Saturnino José.

Aquello, en efecto, muy revelador. Por decirlo de alguna forma, marca la diferencia entre los que andan con paso firme y los que corren.

Un abrazo.

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