Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

viernes, 19 de febrero de 2016

SOBRE LAS PROTESTAS DE LA SEÑORITA RITA.


La señorita Rita Maestre. O señora, o señoro, o... en fin, conjuguen ustedes las diversas posibilidades, porque desconozco sus tendencias y estado civil, y ya se imaginan lo que me preocupa el tema.

Tampoco es que me preocupe el tema del juicio que ayer tuvo lugar, por el que a la señorita Rita le podría caer un año de cárcel. El tema es el asalto a la capilla de la Universidad Complutense en 2011. Capilla católica, evidentemente; si hubiera sido de cualquier otra confesión, la señorita Rita no habría estado en la calle cinco años, en espera de juicio, ni hubiera sido ensalzada por parte de la prensa, ni hubiera -entre tanto- accedido al arrejuntamiento madrileño en calidad de concejal. Caso de haber sido mezquita, ya le hubieran hecho comprender lo improcedente de su actuación con la suavidad, generosidad, liberalidad y progresismo de que los musulmanes hacen gala por término medio.

Digo que el tema del asalto tampoco me preocupa, puesto que para el señor arzobispo de Madrid, don Carlos Osoro, lo ocurrido es una cosa de juventud. Comprendo que el señor arzobispo debe perdonar, pero si me preocupa que lo haga porque asaltar capillas sea cosa de juventud. Crudo lo tiene la institución eclesiástica, si un arzobispo considera que lo normal es que la juventud -hoy en día, en que la juventud suele llegar hasta más allá de los treinta años, y la niñez hasta más allá de los veinte, según la prensa, radio y etc.- asalte las capillas.

Sobre todo, porque -lo decía ayer El País- en el referido asalto se corearon cánticos como “vamos a quemar la Conferencia Episcopal”, “el Papa no nos deja comernos las almejas”, “menos rosarios y más bolas chinas”, “contra el Vaticano poder clitoriano”, “arderéis como en el 36” y “sacad vuestros rosarios de nuestros ovarios”.

Y además, todo esto -según la señorita Rita- sólo fue “una protesta pacífica y legítima”. En mi modesta opinión, es algo discutible que amenazar con quemar la Conferencia Episcopal o profetizar que arderéis como en el 36, sea algo pacífico. Pero aquí -como suelen- saldrán los giliprogres con lo de la libertad de expresión, siempre que las burradas las expresen ellos. Si a mi se me ocurriera decir que a los profanadores de capillas habría que mandarlos a la hoguera -ya que de fuego hablan ellos- me llamarían de todo.

Pero es que, además del curioso pacifismo de amenazar con quemar -como en el 36-, resulta que el sacerdote Rafael Hernando, que estaba en la capilla el día del asalto, fue empujado para apartarlo de la puerta. Lo cual es algo menos pacífico que berrear cánticos furciales.

Lo que si me preocupa -tampoco en demasía- es que la señorita Rita declarase ante el juez que “No creo que eso atentara contra esa libertad. No ceo que estuviera cometiendo un delito. Tan solo era una protesta como tantas otras”. Porque ahí está el problema -nada nuevo, y ayer mismo comenté otro caso, el del concejal que recibió su propia medicina-; en que estos niñatos se creen con derecho a hacer lo que les salga de las narices, por el simple hecho de existir, y que los demás deben reírles las gracias y dejarse acosar, pegar, o -ellos lo dicen- quemar. Como en el 36, y ya ven que la fecha y la referencia que supone no la traigo a colación yo -fascista, ultra, retrógrado, carca y todo eso- sino ellos. 


Todos estos niñatos, gilipollas con máster, malcriados llorones y pedigüeños, se creen con derecho a todo, como si descendiesen del mismísimo testículo izquierdo de don Carlos Marx, que ya se sabe que justifica cualquier aberración. 


Y también me preocupa -lo justito, vaya; lo justito para traerlo a este comentario- que ninguno de los múltiples y subvencionados grupos, grupitos y grupetes de progres y tolerantes antifascistas, dijera esta boca es mía -suya- cuando lo normal hubiera sido que gentecitas -diminutivo cariñoso, conste- como los del Movimiento -o meneíllo- contra la Intolerancia hubieran puesto a parir a la señorita Rita por la falta de respeto hacia las creencias ajenas.

Perdón, a caer de un burro; que lo de parir, tratándose de una señorita -señora, señoro....- que acostumbra conseguir lo que quiere mostrando las tetas, puede malinterpretarse. 


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