Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 27 de agosto de 2014

SOBRE LA FALSEDAD ELECTORAL.

Falsedad, cuando no pucherazo, que dicen las diversas oposiciones que pretende el señor Rajoy con la reforma electoral.
 
Parece -por lo que comentan en la radio- que el PP se propone establecer que, en caso de no haber mayorías absolutas, los municipios sean gobernados por la lista más votada, en detrimento de los apaños que -tras las elecciones- puedan hacer los perdedores.

Así visto, me parece bastante razonable, lógico y hasta democrático. Lo irracional, ilógico y antidemocrático, es que manden los que han perdido. ¿No es la democracia el gobierno de la mayoría?
 
Los perdedores habituales se quejan, aduciendo que si la ciudadanía votante no le da mayoría absoluta a este o aquel partido, es porque quiere que los menos votados se puedan unir y despoltronar al mayoritario. Y esto, en mi opinión, es una falacia.
 
Porque los votantes de las minorías han elegido la suya; una distinta cada grupo. Han elegido un programa electoral distinto -porque de ser el mismo no presentarían candidaturas diferentes, ¿no?- que difiere de los demás. Si los minoritarios pretenden unirse, lo decente sería que lo avisaran antes de las elecciones, precisando claramente qué parte de su programa sacrificarán a los deseos de las otras minorías, y qué parte de los programas del adversario asumirán en aras a sentarse en la poltrona.
 
Es más: si piensan que cada uno por si solo no va a ganar, y que después de las elecciones se van a unir contra el vencedor, lo democrático sería que formaran una coalición con un programa genérico.
 
Así cada cual sabría a qué atenerse. Lo de arrejuntarse tras perder para quitarle los ayuntamientos a quien ha tenido más votos si que es un pucherazo.
 
Todo ello, evidentemente, mientras el sistema político no permita una democracia real y directa -o sea, la orgánica- en la que cada ciudadano vote a la persona que le merezca confianza, sin la mediación -y la mediatización- de esos entes artificiales que son los partidos políticos.
 

No hay comentarios:

Publicidad: