Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

jueves, 18 de octubre de 2012

SOBRE LA "EDUCACIÓN FRANQUISTA" DE WERT.

Que así, ni más ni menos, definen los llamados estudiantes las reformas del señor Ministro. Pueden ver las fotos de las pancartas en El Mundo.

Como buenos marxistas, anticapitalistas, antifascistas -es la definición de sí mismos que hace el Sindicato de Estudiantes, informa La Gaceta- los estudiantes son algo retrasados. No está mal la edad de sus dirigentes -28 añitos-, para no haber terminado los estudios o haberse reenganchado a la sopa boba de un papaíto que los mantenga. Lo cual -todo sea dicho- parece negar su queja de que sólo los ricos pueden estudiar, o los sitúa en esa zona del papá ricachón y capitalista, tan cara a los marxistas de salón.

Como buenos marxistas, anticapitalistas, antifascistas, los gerifaltes del sindicato de estudiantes llevan disfrutados casi un cuarto de millón de euros en subvenciones entre 2007 y 2010, lo cual explica la longevidad en el cargo de sus mandamases.

Como buenos marxistas, anticapitalistas, antifascistas, los autoproclamados estudiantes tienen por lema "la lucha es el único camino". Podría uno pensar que, para un estudiante, el camino es estudiar. Pero eso, sin duda, es franquista.

Como buenos marxistas, anticapitalistas, antifascistas, los llamados estudiantes -entiéndase que me refiero a los mandamases que manejan el cotarro- son algo vagos, algo manipuladores, algo mentirosos y, ni que decir tiene, muy envidiosos. Como buenos marxistas, anticapitalistas, antifascistas, los llamados estudiantes no quieren dar un palo al agua, y que les pidan esfuerzo es un inconcebible recorte a sus derechos; que les pongan exámenes, la suma de la antidemocracia; que les exijan conocimientos el máximo del fascismo.

Porque ahí está el tema: para los tontos, los mamarrachos y los sinvergüenzas, pedir que los estudiantes estudien si quieren becas, es franquismo. Para los estudiantes antifascistas, que les pidan que recompensen a la sociedad por las facilidades que reciben, usándolas adecuadamente, es franquismo. Para los padres de vagos y maleantes, que sus retoños muy queridos tengan que dar el callo e hincar codos si quieren que la sociedad -no el Gobierno este o el otro; la sociedad, que es la que paga- les facilite los estudios, es franquismo. Lo democrático es que el padre de un hijo que estudia tenga que pagar impuestos para las becas del que no da golpe ¿no?.

Se que ni los estudiantes sindicados en vagancia, ni sus señores padres, me van a leer. Acaso -disculpen la presunción- porque no sepan. Ya el corrector gramatical de Word me tiene advertido que no se me entiende, gracias a Dios, así es que lo mismo los estudiantes y sus padres tampoco, en el improbable caso de que me leyeran y su ciencia vaya más allá de juntar letras, y puedan penetrar ese misterioso mundo de las oraciones subordinadas, de la adjetivación algo imaginativa, de algún modesto hipérbaton, tan difícil a la maquinaria de origen yanqui y a los necios de raíz nacional.

Así es que -para que lo puedan leer si gustan los estudiantes que estudian, los padres que educan, los seres humanos letrados- les contaré mis viejas experiencias, muy parecidas a la actualidad.

Acababa de fallecer -en la cama de un hospital de la Seguridad Social- el Excelentísimo Señor D. Francisco Franco Bahamonde, Capitán General de los Ejércitos y Caudillo de España por la Gracia de Dios, casi al comienzo del curso 1975-76, cuando este su servidor hacía el C.O.U. Para quien guste conocer detalles, en el Instituto Quevedo, de Madrid. Tratábase de un barrio -San Blas- que comenzó siendo pobre y había ido mejorando con el esfuerzo y el tesón de las gentes de bien que lo habitaban, la mayor parte venida de otras provincias con la razonada esperanza de progresar. Era de los barrios construidos por el Instituto Nacional de la Vivienda, ese que levantó cientos de miles -tal vez millones-, de casas, facilitando la consecución de una vivienda digna a un precio accesible. Por supuesto, cualquier parecido de aquello con las posteriores viviendas de protección oficial -caras y mal terminadas, y en cantidades ínfimas- es puro espejismo.

Pues en aquél Instituto Quevedo, del Barrio de San Blas -que con la democracia acabaría en pura marginalidad traficante y drogodependiente-, cursé el COU. Tuve como compañeros a dos o tres centenares de adolescentes normales, que iban a clase, que estudiaban y que pasaban los exámenes lo mejor que podían. La cuantía de la matrícula era casi puramente testimonial, y a esa altura de COU casi ningún profesor usaba libros de texto y se esforzaba en preparar y dictar apuntes.

Junto a esos centenares de estudiantes normales, que se preparaban para acceder a la Universidad, había otros un tanto especiales. De mayor edad que el resto, su función en el Instituto -y supongo que en la vida en general- era provocar jaleo. Si un día no intentaban montar una huelga era porque no había ido, cosa corriente. Destacaban -sobre su edad superior- por un aspecto diferente: greñudos, malvestidos, descuidados... Lo que enseguida aprendí a entender como aspecto marxista, porque para los rojos parece que la ideología esté reñida con el decoro personal.

Uno de aquellos fulanos -quizá veinteañero, que para COU era mucho- presumía de ser miembro de ETA. Dudo mucho que lo fuera -de haberlo sido sus propios cómplices le hubieran despenado por bocazas-, pero da la catadura del personaje. (Lo mismo -dicho sea entre paréntesis- que estos supuestos dirigentes estudiantiles de hoy aplauden a los terroristas etarras). Otro de los fulanos de marras presumía de que el otro mentado le pagaba buena pasta por ayudarle en las movidas huelguísticas.

Así es que, vean ustedes cómo esto de las reivindicaciones estudiantiles, dirigidas por elementos que tendrían edad suficiente para haber dejado las aulas, no me pilla de nuevas, ni me sorprende, ni me extraña. Los marxistas, anticapitalistas y antifascistas son siempre iguales, porque viven anclados en un tiempo lúgubre, pesado, plomizo; tan fuera de lugar y de época como un plesiosaurio en el metro o un pterodáctilo en una jaula de canarios. (Por supuesto, lo hago a mala idea, ustedes disculpen).

Los marxistas, anticapitalistas y antifascistas no han cambiado nada en 37 años; pero es que los marxistas, anticapitalistas y antifascistas de 1975 eran iguales que sus ancestros ideológicos del 36, y estos eran calco -malo- de los marxistas y anticapitalistas decimonónicos. (Antifascistas no podían ser aún, que es lo que les pasa a los antis, que viven en función de los demás, sin posición propia).

Quédame decir que -aunque represente inmodestia- tuve beca del régimen franquista. La tuve durante tres años de Bachiller, y dejé de recibirla cuando los ingresos familiares superaron el límite establecido, aunque mis notas -perdónese la inmodestia- la seguían mereciendo. Es lo que tenía el franquismo: cuando uno cumplía sus deberes y aprovechaba la beca, se la daba, siempre y cuando la situación económica le hubiera impedido estudiar de no recibirla. No había becas para todos los vagos, ni las había para quien no las necesitaba.

Y esa -estudiantillos míos de las huelgas antifranquistas- no es ni por el forro la enseñanza del señor Wert. Pero para que vosotros lo supierais tendrías que ser mas estudiosos, más inteligentes, más responsables, más educados -no confundáis educación con enseñanza- y tener una curiosidad intelectual incompatible con el marxismo.

La enseñanza del señor Wert -como la de todos sus antecesores desde hace cuatro décadas- es la enseñanza liberal capitalista; la del mínimo esfuerzo -ninguno, mejor-; la del egocentrismo, la del me lo deben todo sin hacer nada por merecerlo; la enseñanza en la que vais cosechando, curso tras curso, peores resultados que el anterior. La enseñanza del -prácticamente- analfabetismo funcional.

Y la educación -la educación se recibe en casa; en la escuela se recibe enseñanza- es la que mostráis habitualmente: la ofrecida por vuestros padres cuando insultan al profesor que os pide más esfuerzo, cuando exigen becas sin que deis un palo al agua, cuando os apoyan en las huelgas políticas antifascistas. O sea: ninguna.

Pero no os preocupéis: en Austria hay trabajo para vosotros. De camareros. Por fin se ha conseguido que España sea un país de pandereta en la realidad -no sólo en la imagen folclórica-, bueno para surtir de braceros y sirvientes. Tenéis alma de esclavo, y os gusta.

4 comentarios:

Unknown dijo...

El sucialismo nos ha legado el sistema educativo más mediocre de nuestra Historia. Se premia la vagancia y se iguala por abajo. No puedo olvidar hace unos días cuando uno de las representantes de la confederación de asociaciones de padres de Alumnos alegaban que iban a la huelga porque el Gobierno buscaba que sus hijos hicieran reválidas y reválidas para ver quien era mejor, dejando en el camino a los demás.

Eso, en un país decente, sería para decirle al buen señor que aprendiera primero a expresarse correctamente antes de meterse a dirigir una asociación que sólo busca el politicásteo y en absoluto persigue una enseñanza de calidad.

El gran problema de España es la subvención, ese criadero de perros muertos que se adhieren a vivir de la Sopa Boba sin trabajar nunca... Es fácil identificarlos. Su pinta de guarros los delata.

Un saludazo.

Rafa España dijo...

Franco... ¿Franco?...
¡Franco, qué?... Ah!, Francisco Franco. Sí ya caigo. Ese que gobernó España allá mediados el siglo XX.
Con la zorra idea de historia que tienen esos mamarrachos, ¡van a buscar personajes históricos de hace 100 años!.
¡Claro!, es que los rojos no saben vivir sin él! Es su comodín, como cuando calificaban a la banda terrorista Socialista-independentista vasca, de ¡Fascista!.

daniel dijo...

Con la educación impartida en los tres últimos decenios en España, se ha pretendido claramente, que no salgan ni hombres ni mujeres terribles.
Se ha impuesto el igualitarismo, de tal forma que la mediocridad se la norma y el estándar social.
Y cómo chirrían los papaitos progres cuando alguien habla de educar en la excelencia, que terrible esfuerzo.

Saludos.

Rafael C. Estremera dijo...

No es sólo el socialismo, amigo Peinado. El desastre de la enseñanza viene de la mismísima UCD, corregido y aumentado en cada legislatura.

Es así, Rafa: viven divinamente contra Franco. Todos ellos. ¡Qué santos cojones debió tener el abuelo, para meter en cintura a tanto mangante!

Daniel, es que educar en la excelencia a los niños pondría a los padres a su auténtica altura: el subsuelo.

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