Me llega un artículo de mi camarada Arturo Robsy en el que, con la certera puntería que acostumbra, hace la pregunta fundamental y no respondida en torno al aborto:
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El aborto, increiblemente defendido, es una parte gravísima, de toda la actuación pro-muerte y tenemos derecho y necesidad de saber por qué la muerte crece y se publicita. O sea, no es sólo el aborto y la maldad de convertir en asesinas a las madres, sino el proyecto a favor de las muchas muertes impunes que hoy vemos a diario. Y su enseñanza masiva a través de los medios de información.
¿Por qué lo hacen? ¿Qué pretenten? ¿Qué nuevos dominios se buscan?
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Creo que lo que se busca es la desmoralización del ser humano. Desmoralización entendida en sentido estricto; esto es, el hurto de todo sentido moral. Y moral también entendida en su sentido etimológico de costumbres, ni siquiera en el religioso, ya hace mucho tiempo perdido.
¿Por qué? Pues porque cuando el ser humano se animaliza, se deshumaniza en igual medida. Cuando toda aspiración vital es la exigida por los instintos primarios, no queda sitio para otras preocupaciones, tal que las intelectuales.
Una sociedad cuyas apetencias supremas son comer, beber y joder es muy fácilmente manipulable. Désele la dosis correspondiente de circo, y el mínimo necesario de pan, y tendremos sumisas mascotas eternamente regocijadas del progresismo que les permite atiborrarse de comida basura, beber como cosacos hasta el coma etílico, drogarse con sustancias de diseño, y copular como bonobos.
En este sentido, ¿qué puede ser mas inhumano -mas animalizante, por tanto- que matar al propio hijo. ¿Qué hembra -eso no es una mujer- puede tener la menor preocupación moral o intelectual, si da por bueno que tiene derecho a asesinar a su hijo porque la han preñado -eso no es un embarazo- y no sabe ni siquiera quien, o prefiere las vacaciones al bebé? ¿Qué macho -eso no es un hombre- puede preguntarse por un futuro mejor, si por evitarse los problemas inherentes a haber engendrado descuidadamente en su concubina ocasional, o por cambiar de coche, concede a su coima el derecho de asesinar a su hijo?
Tener un hijo es un engorro para irse de botellón, o de fiesta. Tener un hijo, en palabras del profeta del nuevo progresismo hortera, Obama, es un castigo.
Aún no lo han dicho así, pero también se insinúa que cuidar de un anciano, o de un enfermo, es un castigo, y de ahí que, cuando ya la persona no es económicamente rentable, se comprenda que se la finiquite.
¿Cómo se pueden admitir estos asesinatos? Haciendo creer que el ser humano no es nada mas que un cuerpo util. Si aún no ha nacido, no es nada. Si ya no es útil, no es nada. Sólo la materia en buenas condiciones de rendimiento económico o lúdico tiene categoría de humanidad. Si aún no sirve, o ya ha dejado de servir, no vale nada; es un estorbo.
Sólo es util la materia en su estado de ciudadano incipiente, susceptible de amaestramiento -eso no es educación-, o en su estado de pleno utilitarismo, susceptible de fácil manipulación a través de la publicidad de derechos y de la negación de obligaciones.
Desde el embrutecimiento, es fácil hacer creer en los derechos de papel aunque la realidad los desmienta. Es el mejor de los mundos posibles, porque papá Estado dice que tenemos derecho a la vida, a la libertad religiosa, a un trabajo digno, a una vivienda digna, a la educación, a la sanidad, a la protección familiar, a la atención de los ancianos y enfermos.
Y todos tan contentos. Aunque la realidad diga que los niños son asesinados por las madres que no los quieren parir; que las religiones son respetadas todas menos la católica, que sigue siendo la mayoritaria; que los trabajos son en empresas de esclavitud temporal o con contratos por horas; que las viviendas que al Gobierno le parecen lo último de lo último son los cuchitriles de treinta metros cuadrados; que la educación ofrece cada año peores resultados que el anterior, y la principal motivación de la misma es la de amariconarse, amancebarse y utilizarse sexualmente; que la sanidad te da cita con dos meses de retraso, o te hace esperar cinco horas para devolver a una persona inválida a su domicilio, o te pasaportan a la primera de cambio; que te dan unos miles de euros cuando tienes un hijo, y apáñate después de los dos primeros paquetes de pañales, y que si la familia la componen dos personas de diferente género, y están casadas, y tienen un par de hijos, van listos; que la Ley de Dependencia dice mucho y muy bonito, pero los cuartos para hacerlo realidad no están ni se los espera, porque se han ido a los bancos, y las ancianas de 103 años tendrán que esperar aún otros dos o tres -salió la noticia en prensa hace unos días-, y habrá a quien le corresponde una ayuda de ¡un céntimo de euro al mes!.
Sin embargo, nada de esta realidad importa, porque los papeles dicen que estamos en el mejor de los mundos, y somos muy tolerantes y votamos cada cuatro años. ¿Quién leches se va a preguntar cómo es posible que se defienda la vida de los peores criminales, y se descuartice impunemente a los más inocentes? ¿Quién coño va a pensar que cuando las cosas dejan de estar prohibidas empiezan a ser consideradas como posibilidad?. Un ejemplo, para que los progres me entiendan: al igual que a nadie se obliga a abortar, a nadie se puede obligar a asesinar a don José Luis Rodríguez. Pero que digan que pegarle dos tiros al zapatiesto es un derecho, y ya veríamos.
Si encima las hembras pueden desembarazarse alegremente, y los machos desentenderse de las consecuencias de sus cópulas finisemanales, ¿qué mas se puede pedir?.
Por cierto: a la señora o señorita Aído nadie le habrá dicho que eso de dejar que sea la hembra la que se arregle como buenamente pueda y quiera con el paquete, es el más atroz ejemplo de machismo y de utilización de la mujer. ¿O Igual Da?
Evidentemente, cualquier parecido con el mundo feliz de Huxley no es mera coincidencia.
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