Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 12 de octubre de 2013

HASTA LUEGO, MAESTRO.


Para los aficionados al periodismo -y para los profesionales de ley, los pocos que van quedando-, con decir el maestro, basta para que todos sepamos que se trata de Rafael García Serrano.  Hablo, naturalmente, de los españoles que lo somos y ejercemos; los demás, con sus envidias y anteojeras de antipatía tienen bastante.
    Siempre, -mejor dicho: desde que un camarada me mostró la luminosa senda del Diccionario para un macuto- tuve la ilusión de lo que ya no será posible: conocer al maestro Rafael.
    Le conocí, en cambio, como manda el Evangelio: por sus obras. Le he conocido en el Eugenio, y he llegado a comprender que, si bien la muerte de voluntad es un acto heroico cuando la vida sonríe, también puede ser una magnífica solución que evite quemar la existencia inútilmente. Le he conocido en Los ojos perdidos; aquél alférez Luis Valle que tenía los ojos tristes, los ojos predestinados de los elegidos para morir jóvenes, pero que en la sonrisa de Margarita llevaba un seguro de vida eterna. Y también le conocí en esa paz que duraba quince días, y en aquella ventana que daba al río, monumental corte de mangas a la democrática y civilizada Europa que se asomaba desde las ventanas francesas a la  Guerra de España.
    Vi con él la furiosa, patética y grandiosa carga de los Toros de Iberia  contra el invasor cartaginés. Y me paseé a su lado por Méjico, con la fabulosa tropa del bachiller por Salamanca, Hernando Cortés, prodigio de equilibrio entre la espada, el derecho y la Cruz aunque otra cosa cuenten los anglosajones, que bien que hablan porque no han dejado un  sioux  que los pueda desmentir.

    También asistí -de su mano- a la increíble reconquista de las tierras de nuestra estirpe que hizo la Sección Femenina de la Falange, aquella aventura netamente espiritual en un mundo que doblaba por la cintura al siglo XX con un sonido de caja registradora. Y se me alegraron las pajarillas al comprobar qué magnífico programa de actuación nos propone su  V Centenario, que es un libro que debiéramos sabernos de memoria todos los españoles que queremos seguir siéndolo.
    Le he reconocido -y me he reconocido- en el alférez Ramón de La Fiel Infantería, arquetípico y exacto retrato de una generación que, harta de ir muriendo poco a poco, quiso jugarse la vida a cara o cruz. Me he dado cuenta -como nunca- de la tristeza de un retorno  sin que nadie se alegre con tu vuelta...  cediéndote el milagro de sus ojos rientes... leyendo en la Canción del soldado que no tenía novia el destino que aguarda a todos los que no hemos tenido la suerte -o el coraje- de  Eugenio, y estamos condenados a la derrota por no haber sido capaces de crear la ocasión de la muerte de voluntad. Y he conocido, paseando con él por la Plaza del Castillo, aquella mítica Pamplona de Julio del 36, cuando Navarra fue corazón de España.
    En fin, discúlpenme ustedes esta estadística lírica de urgencia. De sobra sé que no necesitan este estadillo apresurado de la obra del maestro Rafael, pero no he podido resistirme al comentario, tan fácil, por otra parte.
    Yo he dicho de Rafael García Serrano -ante los tres contertulios de guardia que tienen la paciencia de soportarme- que era el mejor escritor en lengua española de todos los tiempos. Puede que lo dijera en un momento de exaltación; pero el caso es que ahora, y con toda la reflexión necesaria para dar unas palabras a la consideración pública, no retiro lo dicho, sino que lo reafirmo. Ustedes ya sabrán que hay dos tipos de escritor: el que tiene mucho que comunicar, pero no acierta con la forma adecuada, y el que no tiene nada que decir pero -eso si- lo dice muy bien. Rafael García Serrano constituye una rara conjunción de ambos, porque nunca acaba uno de sorprenderse de las cosas tan enormemente importantes que dice, y de lo maravillosamente bien que las cuenta.
    Rafael García Serrano es un escritor sencillísimo, al alcance de cualquier inteligencia, porque hasta los más tontos -salvo que pertenezcan a la fauna política o politizada, que es peor- lo pueden entender a las mil maravillas. Y, a la vez, un escritor complejísimo, difícil como pocos, cuyas obras sólo nos dan su auténtica dimensión en la tercera y cuarta lectura. Pero como quien lo lee una vez, irremediablemente repite, acaba por descubrir la increíble belleza de sus páginas.
    Mi primer contacto con la obra del maestro Rafael fue a través de La Fiel. Había comprado, de una tacada, esta novela y el Diccionario para un  macuto, en un alarde económico que aún me asombra, porque mi bolsillo -primer o segundo año en la Universidad, y sin trabajar- no estaba para muchas alegrías entonces. Ni ahora, para qué nos vamos a engañar, con un Gobierno que considera los libros como artículos de lujo, y en ello se nota lo poco que los usan para lo propio de un libro, que es leerlo, y no la decoración de estanterías.
    El caso es que empecé por La Fiel Infantería porque tenía prisa por comprobar si era cierto todo lo bueno que me habían dicho del -por aquél tiempo, verano del 79, aprendí a llamarle así- maestro. Y no me gustó, lo que son las cosas. Pero pasado algún tiempo, y tras embucharme el Diccionario, volví a ella; y descubrí el sentido de algunos matices, de algunas frases que había pasado por alto en la primera lectura. Me gustó mas, pero sin llegar a entusiasmarme. Fue necesario el tercer repaso para que empezara a captar la inmensa belleza literaria que contiene, y para que me diera cuenta de que La Fiel Infantería es la mejor síntesis jamás escrita del ideario Nacionalsindicalista; el mas completo retrato de un estilo y de una forma de ser que mi edad no me ha permitido conocer directamente, y bien que lo siento.
    Después, poquito a poco -según las empresas editoriales tenían a bien satisfacer las demandas del público- fueron llegando a mi particular biblioteca todas las obras de Rafael García Serrano que han sido reeditadas, y las de nueva creación:  La Paz ha terminado, acertadísimo título de una recopilación de Dietarios, a caballo entre 1974 y 1975; La Gran Esperanza, que obtuvo el Premio Espejo de España en el 83 (por cierto, con el único voto en contra de D. Manuel Fraga, gracias sean dadas a Dios), y V Centenario, obra tan extraordinaria en lo literario como en lo político; tan excepcional, que aún no hemos sido capaces de digerir sus enseñanzas y seguir el camino que nos indica.
    Pero no es esto lo que yo quería contar, porque no creo que a nadie le interese saber de qué forma me las he ido arreglando para adquirir todas las obras de Rafael García Serrano de las que he tenido noticia. Lo que yo quería decir es que el maestro Rafael es asequible a todo el mundo, porque cualquiera de sus frases puede hacer que se desternille de risa el menos avisado, y a cualquiera que tenga el corazón en su sitio puede hacerle un nudo en la garganta; y todas sus obras son una fuente inagotable de distracción y auténtico gozo estético para un amante de la belleza literaria. Quedan -eso si- frases, alusiones, referencias, que no están al alcance de todo el mundo. Para entenderlas, es necesario pertenecer al círculo mágico de los iniciados; de los que en una palabra pueden -podemos, disculpen la inmodestia- hallar un significado ideológico, un especial sentido; ese algo que hace de las obras de Rafael García Serrano un perfecto resumen y compendio del ideario Nacionalsindicalista.
    Algo de esto escribí en la primera hoja de un ejemplar de La Fiel, que regalé a un amigo por su cumpleaños, porque uno aprovecha cualquier ocasión de promocionar a sus camaradas. Soy una especie de misionero de la obra de Rafael García Serrano, y estoy de ello bien orgulloso. Incluso necesito de la misma dosis de paciencia y tesón que el mas santo padre misionero -de los de antes, que los de ahora usan metralleta- para recuperar alguno de los libros que presto, como me ocurrió no ha mucho con un compañero de trabajo a quien cedí Plaza del Castillo, obra especialmente significativa para mí por razones puramente emocionales y personales, que les haré la merced de omitir. Por esos mismos motivos que nada tienen que ver con lo ideológico o literario- le guardo un especial cariño a Bailando hasta la Cruz del Sur.    Rafael García Serrano recibió el Premio Nacional de Literatura José Antonio Primo de Rivera, en 1943, por  La Fiel Infantería;  premio que no impidió que la novela fuera secuestrada por la pasión clerical de Gabriel Arias Salgado -el padre de los actuales- a indicaciones del arzobispo primado de Toledo. Como siempre -antes y después- el Régimen puso la cara y otros tiraron las piedras a su confortable sombra, que sólo abandonarían cuando fue mas confortable estar en contra. Aunque, por si acaso, sin retirar la mano.
    Y, como queda reseñado, el Espejo de España del año 1983, en cuyo jurado tomó parte D. Manuel Fraga, que fue el único que votó en contra de su concesión a Rafael García Serrano.
    Supongo que al maestro, con su amplia experiencia en persecuciones, denuestos y ataques ­¡tantos chaqueteros que nunca le perdonaron que fuera fiel!- le haría mas gracia que otra cosa.  Ni siquiera creo que le diera pena, porque él se conocía bien el paño, y no le podían coger por sorpresa los pequeños rencores y fobias de la derecha reaccionaria de siempre. Para reconocer y valorar la honradez, la inteligencia y la fidelidad, hay que ser honrado, inteligente -que no es lo mismo que memorión- y fiel; y eso no está al alcance de cualquiera, aunque se tengan millones para alquilar agencias de publicidad que intenten dar buena imagen al percebe de turno.
    Además del voto en contra del señor Fraga, Rafael García Serrano nunca obtuvo el Premio Nobel; ni estuvo -que yo sepa-, nominado para él. Lo cual me hace muy feliz, porque de habérselo dado al maestro, hubiera tenido que cambiar mi opinión sobre el mencionado premio. El Premio Nobel, como ustedes saben, es -particularmente el de Literatura- una palmadita en la espalda de aquellos que se han portado bien; de los que han sido buenos chicos y se han aprendido la lección: democracia liberal-capitalista a gogó; libertad a tutiplén y derechos humanos todos, en tanto que deberes personales, ninguno. Y unas gotitas de pornografía socializante, en función del tradicional progresismo escandinavo, porque allí -como aquí- y como ya dejara definido el propio Rafael en mas de una ocasión, para los progres, la libertad siempre acaba en el culo.    
 Rafael García Serrano, -de justicia es reconocerlo- nunca reunió esas condiciones, imprescindibles para recibir el Nobel. Nunca se sometió a los dictados de la inteleztualidad, que siempre es de izquierdas, claro. Nunca se plegó a la moda, y por eso resulta tan universal, dicho sea en el buen sentido, que no en el de ciudadano del mundo, esa cursilada que se inventaron los que no son capaces de comprender lo que es la Patria. Y nunca escribió para memos aborregados, que es la razón de que los críticos y criticones nunca le hayan jaleado, como acostumbran a hacer con los papanatas que pululan por los suplementos literarios de los periódicos.
    Tampoco fue elegido académico de la Lengua, con lo cual eso se perdieron la Academia y la Lengua española, y eso ganó Rafael, que se ahorró la asistencia al mortalmente aburrido conciliábulo. Y eso ganamos los lectores, porque el maestro -con la responsabilidad que le caracterizó siempre- hubiera entregado a la entidad del limpia, fija y da esplendor, un tiempo que habría hurtado a su creación literaria. Y esa sí que dio esplendor al idioma, y lo limpió de las telarañas de lo soez, zafio y grosero que tantos ilustres señores académicos le han puesto.
    En buena lógica, Rafael no podía estar en la Academia. Estaba -está su obra- muy por encima de ella.  La frescura, la ligereza, la vitalidad y vivacidad de su prosa y de su genio, nunca habría podido admitir las reglas encorsetadas de los embalsamadores del idioma.
    Otra faceta de Rafael García Serrano -y bastante olvidada, por cierto-, es la de guionista cinematográfico. Me perdí en los cines La Fiel Infantería -la película, digo- porque fue rodada en la época en que acababa de llegar a este mundo o puede que antes. Y luego, con la tecnocracia dominando en la vida nacional y proyectando su triste sombra gris sobre cualquier ilusión, no la han repuesto; al menos, no a mi alcance. El mismo Rafael nos contó en sus Dietarios que la película se había perdido en el viaje a unos estudios yanquis.
    No obstante, y tiempo después de haber comenzado a escribir estas líneas, conseguí no sólo ver la película sino obtener una copia en vídeo.
    Indescriptible, por supuesto, la emoción con que la vi. No obstante, me defraudó. Y no por la película en si, que está bien, sino porque no se parece en nada a la novela.
     La Fiel  -película- tiene el argumento de La Paz dura quince días; otra magistral obra de Rafael García Serrano sobre la epopeya del 36, pero que no es La Fiel, ni tiene su profundidad ideológica, ni su extraordinario estudio psicológico de aquella generación que decidió matarse porque quería vivir en paz de una vez.
    Está bien narrada la historia, sí; pero yo no esperaba aquello, sino el relato de los días primeros en Somosierra, con el alumbrado arrepentimiento de la convicción reciente de Mario, que poco antes nunca creyó que los españoles fueran a llegar a las manos. Con las horas perdidas de la parada del Norte, cuando el General Invierno daba tiempo a pasarse a Francia para mirar de lejos las luces y -realidad y símbolo unidos-, abonar de la más elemental forma la tierra de la nación que alquilaba balcones con vistas a la Guerra de España.  Esperaba el relato de la Academia de Provisionales de Avila  -carreramar  y  cientocatorce, orden abierto y problema de tiro en el cajón de arena- con la proclama gibelina del todavía cadete Ramón en una tarde de ventisca. Y el diagnóstico certero y asombroso -estás loco de abril, Miguél- al camarada que mira por la abierta ventana los fríos luceros de una noche invernal: Vienes de sus labios y hoy podría ser un veintiuno coronado por buenas estrellas de marzo. A veces, también yo he vuelto de unos labios sin saber si me había quedado allí.
    La Jura de Bandera y -último acto colectivo de la Academia- el Himno de la Infantería naciendo espontáneo de un tren atestado que se abre paso en la noche. Y luego el frente: las marchas nocturnas; las charlas en la chabola donde el alférez Ramón, misionero, define y explica -una buena liebre sobre la que tirar todos- la paz que llegará.
    Y el tren del hospital, con el sublime delirio del soldado enfermo que teme ser expulsado del cielo de los limpiamente agujereados, que ni siquiera reparan en él porque se ocupan en desgranar la letanía del combatiente. Y el patético Bienaventurados los que mueren con las botas puestas del que creía haber ganado el derecho a la muerte sobre el campo, y se enfrenta a la lenta agonía del hospital -sábanas limpias y aliento apestado, con la muerte trabajando como un buen funcionario que despacha su cotidiana tarea en el moridero- sin cruces, que no sin cruz; sin honores, que no sin honor. Sin una mano amiga que enjugue el sudor; sin una novia que con sus visitas llegue la primavera a una sangre que se hace otoño aunque presiente el día en que se hará rosal para otras manos de soldado; para otros ojos que verán la vida reflejada en los de una mujer.
    Comprendo que traducir en imágenes la soberbia prosa de Rafael García Serrano es imposible; y con La Fiel Infantería  si que se hace añicos el aserto de que más vale una imagen que mil palabras, porque ni un millón de imágenes puede suplir el retrato del alférez Ramón; el autorretrato del Alférez Provisional de Infantería Rafael García Serrano.
    Y no es -repito- que la película esté mal; pero es otra cosa, y me quedé como un niño al que le enseñaran un caramelo y no se lo dieran; como el joven que espera salir con una chica -por vez primera los dos solos- y ella aparece con dos hermanas pequeñas. Y repipis, como inevitablemente resultan todas las hermanas pequeñas en una situación así.
    Tampoco vi -sigamos el recuento-  Los ojos perdidos;  y si no hubiera sido por los comentarios del maestro en sus Dietarios, quizá ni me hubiese enterado de su existencia.
    Si tuve ocasión, en cambio, de ver Ronda Española. Y la aproveché, faltaría más. Fue en el cineclub de El Alcázar, donde también asistí a la proyección de Novios de la muerte, película -lo dice claramente el título- de tema legionario, que ya había disfrutado a poco de su estreno, algunos años antes. Lo que pasa es que en aquél tiempo -1974 ó 1975- yo no había oído hablar nunca de Rafael García Serrano ni -por supuesto- lo había leído. Y no por mi culpa, sino por obra de los ilustres autores de los libros de texto que estudié en el bachillerato. Para finales de 1982 o principios del 83 si que había oído hablar y -sobre todo- había leído a Rafael García Serrano. Por eso, cuando me enteré de que la pantalla del cineclub de El Alcázar reviviría la aventura de la Sección Femenina, nada me hubiera hecho perdérmela. Y eso que aún no había entablado relación con el libro, que estaba agotado y no vería otra edición hasta unos años después.
    Queda aún otra película con guión de Rafael García Serrano en mi cuenta personal:  A La Legión le gustan las mujeres,  de la que no tuve noticia hasta que un buen día la alquilé en un video club por simple curiosidad -aunque sin mucha ilusión- y me encontré la sorpresa de ver el nombre del maestro entre los guionistas. Aún me esperaba otra sorpresa mayor, y fue la de encontrar al propio Rafael García Serrano como actor, si bien en una aparición pequeñísima que hube de ver varias veces hasta cerciorarme de que efectivamente se trataba de él.
    En todas estas películas de Rafael García Serrano -en las últimas mas, porque ya estaba el enemigo en puertas, o dentro- se observa inmediatamente la carga ideológica y, sobre todo, ese estilo -forma de ser y de pensar- que marcó una época. Y uno de mis sueños preferidos -especialmente cuando sufro la bazofia anglosajona con que la televisión considera oportuno castigarnos- es la de llevar al celuloide -o a lo que actualmente se use- todas y cada una de las obras de Rafael García Serrano; hacer de cada novela una larga serie, para que no se pierda una sola frase, una sola palabra, un solo giro gramatical. Y prometo incluirlo en mi programa electoral, para que se enteren los analfabetos de litrona y porro de cual sería una auténtica política de protección a la cinematografía.
    Pero es en los escritos -novelas y artículos- donde se aprecia la enorme calidad literaria de Rafael García Serrano. Parecen escritas para él las palabras de Eugenio D'Ors a propósito de Quevedo:
   
         Para mi gusto, Quevedo es el primer escritor castellano. He dicho escritor. Hay clásicos y clásicos. Quevedo, como Fernando de Rojas, como Santa Teresa, como Góngora, dan la impresión de estar creando en cada momento el lenguaje en que se expresan. Los dos Fray Luis, por el contrario, parece que lo hayan recibido ya hecho y que lo soporten. Cervantes ocupa un lugar intermedio...
         ...¡Qué vocablos nerviosos y linajudos, como potros finos, los de Quevedo! ¡Qué rápidas y perfectas cópulas de sustantivos y adjetivos! ¡Qué salto de elipsis, qué trágica bacanal en el hipérbaton!... ¡Y aquél impulso frenético que fuerza las nociones vestales y es causa de que los mismos verbos intransitivos se vuelvan violentamente, prolíficamente transitivos!...
         En medio de esta orgía de fuerza brilla de pronto la inteligencia hecha malicia, con el frío resplandor de una navaja española en la revuelta confusión de un fandango popular.
    Pues pongan ustedes Rafael García Serrano donde dice Quevedo, y tengan por seguro que el mismo Eugenio D'Ors no tendría el menor inconveniente en firmar el cambio. Al menos, no creo que le importara la utilización que a sus frases doy para expresar lo que opino del maestro Rafael. Y mucho más que me gustaría decir, si fuera capaz de hacerlo. Lo que pasa es que no logro traducir en palabras todo lo que me hierve por dentro, y si fuera a repetir cada frase a la que encuentro un significado especial, esto se convertiría en una colección de citas de Rafael García Serrano. 
    No quiso el destino que se hiciera realidad el deseo de publicar algo de Rafael García Serrano en una revista dirigida por mí por la sencilla razón de que, cuando dirigí modestas publicaciones de partido, no tenía a nadie que me pudiera acercar al maestro; y cuando esa aproximación hubiera sido posible, no tenía publicación que dirigir. Circunstancias, abandonos y deserciones que ustedes sin duda recuerdan, dejaron a muchos españoles  -entre los cuales me encontraba- sin ninguna agrupación política donde prestar sus modestos servicios. Y para cuando Juntas Españolas decidió lanzar la publicación EJE, Rafael ya había muerto.
    Fue el día del Pilar de 1988: un día desgraciado a partir de ese año, se lo mire como se lo mire.
   Estas palabras que hoy transcribo fueron escritas para un libro-homenaje que Juntas Españolas pretendió lanzar para el segundo aniversario de la muerte de Rafael. Hubiera sido el año 1990, pero no fue ese año, ni ningún otro.
    Mientras estaba el libro en periodo de gestación, recibimos un consejo que nos hizo meditar bastante tiempo. Se trataba de dar a esta obra una envergadura mucho mayor, editándola con los mejores medios y contando con firmas que -se nos decía- aunque fueran políticamente opuestas a Rafael García Serrano, siempre habían considerado su valía literaria. Dudamos mucho, porque esta propuesta significaba realizar un homenaje a la altura que el maestro Rafael merece; pero nos temíamos que la aventura nos viniera grande. Por último, decidimos seguir la idea inicial.
    Mas modesta, rayando en la pobreza, pero mas nuestra. No teníamos dinero para pagar colaboraciones, ni pensábamos que mereciera figurar en éstas páginas quien pusiera precio a su homenaje. Por muy importantes que fueran las firmas que hubiéramos logrado incluir, no era eso lo que deseábamos. Queríamos hacer una tertulia de amigos; un fuego de campamento; una reunión de veteranos que, en una chabola de este frente literario y periodístico en el que nos movemos, recordaran junto a la hoguera al camarada que se fue.
    Rafael García Serrano fue siempre liberal, en el buen sentido de la palabra: en sus relaciones personales con aquellos que, aún pensando de forma distinta, tenían la honradez por bandera. Eso es cierto; pero una cosa es un trato educado y correcto, y otra muy distinta la amistad y la camaradería. Una cosa es respetar y darle la mano al adversario -al que se lo merezca, claro- y otra muy distinta darle un abrazo, llevarle a tu casa o presentarle a tu novia.
    En fin: quizá otros hagan un libro mejor, con mas aportaciones y más medios; otros, tal vez, lograrán un gran éxito editorial. Nosotros sólo queremos rendir un homenaje al camarada que se nos fue a los luceros. Queremos hacerlo a nuestro aire, a nuestro estilo. Con la solemne informalidad de una reunión de viejos soldados que comparten los recuerdos. Y el vino. Estamos seguros de que Rafael lo hubiera preferido así.
    Hasta luego, maestro. Quizá algún día me dejen pasar a verte un ratito, y podamos charlar de todo esto en el Paraíso que te has ganado a pulso. Ese Paraíso difícil, erecto, implacable, donde no se descansa nunca y que tiene, junto a las jambas de las puertas, ángeles con espadas. O con viejas máquinas de escribir, que también sirven para luchar por lo que uno cree, y bien que lo has demostrado.

7 comentarios:

27 puntos dijo...

Sin palabras.-

Herrgoldmundo dijo...

Gracias a esta magnífica entrada localicé la película "La Patrulla", en Youtube. Me sorprendió gratamente la máxima de uno de los protagonistas: Enrique, el cual repetía a lo largo de la cinta: "Un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer". Y así, obligado por ese imperativo de deber, Enrique se alistó voluntario en la División Azul.
Mi padre, que también se alistó voluntario para acudir al conflicto del Sahara, también solía decirnos, a mis hermanos y a mí, que "un hombre tenía que hacer lo que tenía que hacer". Sin duda eran otros tiempos...

No consigo localizar "La Fiel Infantería" (la película).¿Alguna sugerencia para encontrarla?

Saludos

Rafael C. Estremera dijo...

Gracias,amigos.

"La Patrulla" me vino en un pack que vendía no se qué teletienda, y que mi madre compró por su cuenta.

Con respecto a "La Fiel", si has leído la novela tal vez te decepcione, aunque tiene momentos impagables.

Intentaré poner la película al alcance de las buenas manos, y daré cuenta de ello aquí mismo ;)


Saludos.

Rafael C. Estremera dijo...

Aunque supongo que a estas alturas -más de 50 años- ya no hay derechos de autor que valgan, ni tampoco habrá nadie dispuesto a reeditarla -o como se le llame a lo de las películas-, creo que NO debo decir que si alguien la quiere ver, en el siguiente enlace es posible que se encuentra la película referida:

https://mega.co.nz/#!1oRFiIKQ!FlkN0wuLrM8EA_bsxpvP2U_8G3FFRqSUImfFQ-Y3yVE

ansiadalibertad dijo...

Hola Rafael,
está mal venir a otra cosa, pero tú me perdonaras.
Aparte de saludarte (cada vez escribimos menos y 'nos escribimos' menos) quiero hacerte partícipe de mi decisión definitiva de bajarme de la opción UPyD.
Quizá te explique mejor en otro momento y lugar.
¿Tendré ganas y moral para profundizar en "los vuestros", en partidos nuevos, en C's, en el Plib o yo que sé?. Creo que no.

Un abrazo, amigo de las redes.
Y ¡ARRIBA ESPAÑA! s.D.q.

Herrgoldmundo dijo...

Gracias Rafael. Ya tengo "La Fiel" guardada en mi disco duro gracias a tu enlace. :)
Saludos.

Rafael C. Estremera dijo...

De nada, amigo Orteguiano. No te pierdas la escena del acercamiento al frente, sobre el minuto 100.

Ansiadalibertad, esta es tu casa -como la de Orteguiano y todos los amigos que me hacen el favor de visitarla-, y para cualquier cosa eres -sois- bienvenidos.

Ciertamente, creo que cunde una cierta desgana, quizá desesperanza. En mi caso, a mi situación familiar, que me deja muy poquito tiempo libre, se une el que he retomado mis viejas costumbres de programar. Y también a que me parece todo igual, que tengo la impresión de que ya he comentado antes todo lo que ocurre, que las cosas se repiten un día y otro.

Desgraciadamente, entre "los míos" no veo ninguna opción clara y definida. Quizá, sin ser exactamente lo que yo quisiera, está AES.

UPyD tiene, a mi modo de ver, y a diferencia de PP, PSOE, etc, cosas buenas. También -para mí- cosas malas que, en mi caso, superan a las buenas.

Un abrazo, amigos. Y, por supuesto, ¡Arriba España!

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