Y hoy toca, finalmente, hablar de don Alberto Rivera. Estrictamente -reitero-
por orden de caída.
La verdad es que de las propuestas de Ciudadanos cabe
decir bien poco, dado que en su propaganda electoral no dice absolutamente nada.
Dice -en una modesta hojita- que es posible ayudar a la clase media y
trabajadora; que es posible aumentar el permiso de maternidad y
paternidad; que es posible una educación pública de calidad y
libros gratis, y que los niños sepan inglés; que es posible
invertir en sanidad en vez de en aeropuertos sin aviones; que es
posible acabar con los aforamientos y que los corruptos devuelvan lo
robado, y que es posible un país donde el voto de todos los españoles valga
lo mismo.
Y punto, porque ese es el programa electoral del señor
Rivera. Al menos, el que ofrece al presunto votante de su partido que no tenga
ganas de irse a buscar documentos más extensos y más ocultos.
Por
supuesto, señor Rivera, todo eso es posible. Muchas de esas cosas -las que iban
acordes con los tiempos- ya las hemos tenido, y los memócratas se encargaron de
birlárnoslas con sus promesas: esas que decía el profesor Tierno que nunca se
cumplían. Pero lo que hace falta, don Alberto, no es decir que todo eso es
posible, sino decir cómo lo quiere hacer.
¿Cómo va a ayudar a la clase media y a la clase
trabajadora? ¿Va a crear los millones de empleos que promete Rajoy; esos
de trabajar media hora y se acabó lo que se daba, que tan bien maquillan las
estadísticas y tanto desesperan a quien los sufre? Por cierto, curiosa
distinción la suya entre clase media y clase trabajadora. ¿No trabaja la clase
media? ¿Cual es la diferencia, para usted, entre clase trabajadora y clase
media? ¿El sueldo? ¿El tipo de actividad? Explíquemelo si tiene la bondad, señor
Rivera, porque a mi, que no creo en las clases y menos aún en que unas y otras
anden a la greña, no me sale la línea separadora.
¿Cómo va a aumentar el
permiso de maternidad y paternidad? Bueno, además de firmar un Decreto, quiero
decir. Porque no basta, señor Rivera, con echar una firmita. Las gentes de su
generación son muy propensas a creer que a ustedes, como a Dios, les basta con
la palabra: ¡Hágase!.
Pero eso solo no basta. Le puede
resultar suficiente a macacos como el difunto Chávez venezolano, que expelía un
¡exprópiese! como si el mundo fuera suyo. Pero eso, don Alberto, no basta
en una sociedad de pueblos y naciones relacionados entre si. Al menos, no vale
si no se quiere llevar a un país a la más absoluta miseria. Para estas cosas,
señor Rivera, hay que pensar en el cómo y, sobre todo, en el quién;
concretamente, en el quién lo va a pagar.
Porque los permisos por
maternidad y paternidad, que son muy justos y muy necesarios, los tiene que
pagar alguien. Y si ese alguien que paga es el empresario, la cosa va mal; pero
si quien paga es la Seguridad Social, las cuentas no salen, y habrá que recaudar
esos cuartos por otro sitio.
Lo de la educación pública y de calidad es
muy sencillo, señor Rivera. Es sencillo para mi, que tengo muy claro que para
una educación suficiente, que prepare para que quien no quiera seguir estudiando
pueda desenvolverse bien en la vida, y para que quien quiera continuar estudios
tenga una base adecuada, basta con un plan donde se estudie lo necesario -no lo
superfluo-; donde se estudie un aceptable resumen de la cultura, no una bárbara
especialización desde los inicios, que lleva a un ingeniero -o arquitecto, o
médico o, peor aún, profesor- a escribir con faltas de ortografía. Un plan donde
el esfuerzo sea condición indispensable, pero que sea tenido en cuenta y
gratificado. Donde la vaguería no encuentre acomodo -ni en los estudiantes, ni
en los maestros-; donde no se pase de curso sin dar palo al agua, donde los
colegios no sean un simple almacén de niños o adolescentes apáticos, a los que
no se les puede pegar un berrido o imponer un castigo porque los pobrecitos se
traumatizan. Más palos da la vida, y todos esos niñitos y niñatos
sobreprotegidos por padres ineptos son carne de psiquiatra.
Pero temo,
señor Rivera -y puedo temerlo, puesto que usted no explica nada- que pretenda
solucionarlo todo con dinero. Y ese es el problema, porque muchas veces no hay
que gastar más, sino gastar mejor, y de poco vale tirar millones a un pozo sin
fondo. ¿De dónde va a sacar los millones que cuesten los libros gratuitos para
los escolares? ¿Quien os va a pagar? ¿Los impuestos de la clase media o la clase
trabajadora a la que quiere ayudar? ¿Y por qué no propone algo tan sencillo como
rebajar -o quitar, directamente- el IVA de los libros de texto? ¿O algo tan
fácil como legislar que los libros no haya que pintarlos, trocearlos,
rellenarlos en cada curso? Usted, seguramente, sabe de la existencia de una cosa
llamada cuaderno. ¿Por qué no dotar a cada colegio de los libros que necesite
para todos sus alumnos, con la obligación de dejarlos al final del curso para
los que vengan al siguiente año; y de devolverlos en perfectas condiciones o -de
romperlos, perderlos o estropearlos- pagarlos? Una forma de responsabilizar a
los niños. Y a los padres. Porque el todo gratis a que ustedes nos
quieren acostumbrar, acaba saliendo muy caro para alguien.
Y el inglés...
¿qué me dice usted del ingles? ¿Qué me dice usted de que los niños, por ejemplo,
se aprendan los nombres de los huesos del cuerpo humano en inglés, pero si
alguien le pregunta donde está el radio, o el fémur, respondan que no saben qué
cosa sea eso? Que está bien aprender idiomas, no lo niego; pero ya está bien de
ser los eternos papanatas, y todavía estoy por conocer un inglés que se sienta
inculto, inútil, ignorante, incapaz de aspirar a un puesto de trabajo por no
saber español. O -si nos ponemos a ello- por no saber francés, alemán o
portugués.
¿Que es posible invertir en Sanidad? ¡Pues claro, don Alberto,
faltaría más!. Pero sería mucho menos lo que habría que invertir si la Sanidad
no fuera un pozo sin fondo, del que todo el mundo saca mientras sólo ponen unos
cuantos. No le discuto que la Sanidad sea un derecho universal; que haya que
atender a todo el mundo, sean ciudadanos españoles, sean extranjeros, sean
inmigrantes ilegales o sean turistas de paso. Pero si niego que deba hacerse con
cargo a la Seguridad Social. Los gobiernos pueden incorporar a los presupuestos
partidas para la atención sanitaria de todos aquellos que no estén afiliados a
la Seguridad Social. Que se les atienda, si; que reciban idéntico cuidado, si;
pero que no salga el dinero de lo que nos quitan a los trabajadores por ese
concepto. Que el resultado práctico es el mismo, pero las cuentas son
diferentes, y ahí se nota el que gobierna bien, el que administra adecuadamente,
y el chapucero del -Zapatero dixit- como sea.
¿Y los aeropuertos
sin aviones? Pues tiene usted en eso toda la razón. Pero la solución no es la de
meter dinero en otras cosas y dejar de hacer infraestructuras, sino en
determinar donde hacen falta aeropuertos, donde trasvases, donde canalizaciones
de ríos, donde autovías y donde trenes. O aeropuertos. La solución no estriba en
hacer más hospitales para los turistas sanitarios, sino en planificar en
la debida forma. Y esto es algo que, mientras cada chiringuito autonómico haga
de su capa un sayo, sin la previsión de conjunto, nunca se podrá hacer
bien.
Y aquí llegamos a la última posibilidad que usted propone; la de
que el voto de todos los españoles valga lo mismo. Porque lo de que se acaben los aforamientos y que
cada chorizo sea juzgado por el juez natural que le corresponda, y que todos los
ladrones devuelvan lo que hayan robado creo que nadie se lo discutirá. Al menos,
en campaña electoral; luego, a la hora de plasmarlo en el BOE ya se iría viendo,
y hasta ahora muchos lo han prometido pero ninguno lo ha
hecho.
Pero que el voto
de todos los españoles valga lo mismo es
cosa que merece atención. Porque tampoco nos dice qué quiere hacer para
conseguirlo, aunque la cosa es clara: supresión de la ley D'Hont, y
circunscripción única, para evitar que los grandes partidos se beneficien a
costa de los pequeños, y que los que no tienen implantación fuera de su aldea
obtengan una representación desproporcionada. Y listas abiertas, para que se
elija a la persona, no al partido. ¿Es esto lo que quiere usted, señor Rivera?
¡Pues dígalo, leñe!
Porque el
problema fundamental es que usted y su partido no dicen nada, que es la mejor
forma de engañar al electorado. Usted, señor Rivera, quiere parecer centrista,
moderado, casi una reedición del chuletón de Ávila poco hecho -o sea, un
Suárez-, de manera que los votantes descontentos con el PP -que es de donde
usted saca renta- lo voten. Pero luego, señor Rivera, se le ve el plumero, y
resulta que no es de ese presunto centro, sino que usted y su partido son
socialistas.
Socialistas
rosaditos -levemente alejados del rojo zapateril del PSOE-, pero socialistas en
temas como la política familiar, con el
asesinato libre de nonatos. También -todo sea dicho- como los abortistas del PP,
que en esto no hay diferencia y todos ustedes son propicios a meter las manos en
la sangre de los más débiles.
Y
socialistas en cuanto a sus elecciones, y ahí -reciente, calentito aún- tienen
su pacto con el PSOE, que era el primer perdedor de las pasadas elecciones. Y no
me diga, don Alberto, que usted no puede apoyar a un partido -el PP- hundido en
la corrupción, porque está usted apoyando a otro partido exactamente igual de
corrupto en Andalucía. O al mismo PP en la autonomía de
Madrid.
¿Que su rechazo es hacia
Mariano Rajoy, personalmente? Pero no por ello deja de ser Mariano Rajoy el más
votado en los últimos comicios celebrados, y por tanto el que más ciudadanos han
elegido como su opción para gobernar. ¿Dónde está su respeto a la Democracia, señor
Rivera?
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