Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 28 de diciembre de 2016

SOBRE LO TÍPICO.


Que en este día es, evidentemente, la tradición de las inocentadas.

Saben mis habituales que en esta fecha tengo por costumbre recordar titulares de prensa que nos recuerden que nuestros amados políticos viven en un continuo día 28 de diciembre. Acaso sin siquiera darse cuenta, porque viven en su mundo, que nada tiene que ver con el nuestro. 

José Antonio lo describió muy bien (1): 

Creen (...) que el mundo es ese mundo que se ve con la linterna mágica del Parlamento. Encerrados en el Parlamento se creen en posesión de los hilos de España. Pero fuera hierve una España que ha despreciado el juguete. La España de los trágicos destinos, la que, por vocación de águila imperial, no sirve para cotorra amaestrada de Parlamento. 

Salvando la distancia de 83 años, que ha convertido a la España de los trágicos destinos en una España de zafios destinos, y que ya no sabe ni qué coño es un águila imperial y sólo entiende de gallinas, la cosa es así. España se desentiende cada vez más de la política y -con vocación, en este caso, de avestruz- no se para a pensar que la política no se desentiende de ellos.

Porque nuestros políticos -tan memócratas-, nuestros giliprogres, nuestros papanatas aldeanos, nuestros rojos cavernícolas, nuestros trogloditas antifranquistas -que siguen viviendo cojonudamente contra Franco- nuestros bastardos regionales, nuestros bolcheviques de salón de actos de Instituto, nuestras cortesanas con complejo de modelo de lencería y una tajada tan soberana como para no distinguir una capilla de un burdel; toda esta fauna obtusa y roma -a veces municipal y siempre espesa- que nos ha caído encima desde hace décadas, no deja de pensar que el mundo es esa mierda de hemicirco donde hozan como gorrinos. Así es que, ¿para qué poner ejemplos de las permanentes inocentadas a que nos someten?

Para qué hablar del tancredo Mariano. Del señorito Sánchez, profuso perdedor, empeñado en hundir al PSOE cada día un poquito más y en defender su ruinosa dirección, navaja cabritera en mano, ante sus propios compinches; cosa que a mí no me molesta -antes bien, me regocija- pero que marca el estilo de la época.


Para qué hablar del señorito Iglesias, matón tabernario de patio de instituto que defenestra a quien -dentro de su recua- no le ríe las gracietas, y que se permite amonestar a diestra y siniestra -más a diestra, evidentemente- mientras exculpa a sus propios especuladores inmobiliarios, contratadores irregulares, becarios prevaricadores y exhibicionistas municipales.



De los separatistas catalanes, que se emperran en hablar de tanques porque saben que no hay gónadas para tomarles la palabra, ya que insisten. De los socialistas -con o sin graduación- que se escandalizan por la corrupción del PP y ni siquiera leen los titulares donde se anuncia el procesamiento de dos de sus expresidentes regionales. 

En fin, para qué hablar de nada de esta actualidad esperpéntica, esquizofrénica y grosera en un día como hoy, si lo mismo viene ocurriendo en otra fecha cualquiera a lo largo del año, de los lustros y de las décadas.

                    
(1) La victoria sin alas. FE., núm. 1, 7 de diciembre de 1933. Tachado entonces por la censura. Reproducido en Arriba, núm. 23, 12 de diciembre de 1935.

sábado, 24 de diciembre de 2016

SOBRE LO DE CADA AÑO.

Que es, por esta fecha, la conmemoración del nacimiento del Hijo de Dios, se pongan como se pongan los papanatas y los mamarrachos.

Se que no es demasiado cristiano lo que suelo decir en estos días, pero comprendan que -a efectos de este diario- me invade el espíritu navideño de los tres meses de compras compulsivas, de los papás noeles y -a poco que la señora CaCarmena y sus alegres chicas del bolchevismo feminista metan baza- mamás noelas.

O sea, que poco cristiano y tan poco católico como el mismísimo cura Paco, salvo hacia quienes no tragan con el ectoplasma de unas Navidades hechas a la imagen y semejanza de los palurdos eternamente deslumbrados por el más cursi esnobismo.

Por supuesto, sin la menor compasión, ni caridad, ni amor fraterno, ni leches, hacia los que celebran -solsticio de invierno- un acontecimiento astronómico, y que por presumir de laicos caen en el más puro panteísmo. Como la referida tribu de la señora CaCarmena.

Así es que, como de costumbre, deseo una Feliz Navidad a quienes saben que esta noche nos nace Dios, que se hace hombre en Su Hijo.

Y al resto, como de costumbre también, que les vayan dando.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

SOBRE EL NUEVO ATENTADO.


Que no es el del asesinato múltiple en Berlín -eso es lo habitual en esta sociedad europea y floja- sino el de los medios de comunicación españoles.

Medios de comunicación -de desinformación e intoxicación, más bien- que de la desgracia y el crimen hacen propaganda política. Y si, son los medios. Porque los partidos políticos están en su papel al afirmar ante los posibles electores lo que opinan sobre lo que pasa; de identificar los problemas y de proponer soluciones. Pero los periodistuchos y tertulianines que aprovechan una matanza en Berlín para clamar contra la "ultraderecha" que se muestra hasta donde no digan dueñas de los atentados, están haciendo propaganda política. Propaganda política "antifascista", evidentemente. Como si aún les pagara la III Internacional y tuvieran que congraciarse con sus amos, llegando a la desfachatez de afirmar que los atentados islámicos benefician a la "ultraderecha" alemana o francesa. Vamos, que en cuanto les aflojen un poco más la mosca, dirán que los crímenes han sido cometidos por los "ultras".

Y no se cansan de clamar contra la "xenofobia de la ultraderecha," por más que los partidos que tertulianuchos y periodistines tildan de fascistas no pidan mas que el cumplimiento de las leyes y que se acote el desparrame de buenismo suicida. Porque las "ultraderechas" europeas -hasta donde alcanzo a saber, que es, sin duda, más que los parlanchines necios- no reniegan del extranjero por ser extranjero, ni exigen cerrar la frontera a cal y canto, como en su día hiciera el bolchevismo soviético. Lo que piden es que no se permita la entrada de cualquiera que venga aunque no cumpla unas mínimas condiciones de adaptación a su nueva residencia, y de respeto a las leyes, normas y costumbres de quienes les acogen.

Porque lo contrario -la autoreclusión en barrios cerrados y costumbres originarias- no hace sino fomentar la posibilidad de terroristas de segunda generación; o sea, los hijos de los inmigrantes, ya nacidos en Europa, que se sienten excluidos por los países que acogieron a sus padres, pero a los que no se sienten ligados.

No dejan los periodistas y tertulianos de asombrarse porque a veces los terroristas islámicos tienen la nacionalidad del país -Francia, Alemania, España- donde cometen sus fechorías. Y no entienden que, por mucho que tengan la nacionalidad por nacimiento -ius soli- no están integrados en sus respectivos países. No sienten, no piensan, no viven como alemanes, franceses o españoles; viven y piensan y sienten como enemigos de sus propios conciudadanos, a los que odian y a los que anhelan sojuzgar y -llegado el caso- exterminar.

Y no entienden que esto es así por una razón simple: los hijos de esos inmigrantes musulmanes -la segunda generación- se encuentra generalmente apartada de una sociedad que no les ofrece trabajo, ni vivienda, ni proyecto de vida; que los tiene apartados, en guetos medio autoimpuestos y medio obligados por la sociedad que no se esfuerza en integrarlos. 

La única manera de poderlos integrar es que tengan trabajo, vivienda -ganada con su esfuerzo, no regalada por ser distintos a los desgraciados que pagan impuestos-, proyecto de vida. 

Y la única manera de podérselo ofrecer, y que la segunda generación de inmigrantes no se revuelva contra sus países de nacimiento, es que no entren más nuevos inmigrantes de aquellos que la sociedad puede acoger. 

Lo contrario -lo que se lleva haciendo décadas- no es sino sembrar el terrorismo futuro.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

SOBRE MI AMIGO ESPARTANO.

Amigo, no pensaba traerte a este diario, donde tanta basura, tanta estupidez, tanta zafiedad tengo que comentar cuando no me vence el aburrimiento de una actualidad esperpéntica.

No quería mezclarte en esta zahúrda de miserias; pero, pese a lo que aquí me veo obligado a comentar, esta sigue siendo mi casa virtual, y en mi casa siempre tienes las puertas abiertas.

No quería mezclarte en la mezquindad actual, pero tu hijo -mi casi sobrino- me dijo que escribiera algo bonito. Me lo dijo -¡fíjate qué hijos has criado, y qué orgulloso puedes estar de ellos!- mientras me consolaban a mi por tu pérdida. Porque -lo sabes- al final me pudo el corazón, no logré mantener la serenidad para apoyarlos, y di rienda suelta a mi propio dolor mientras me abrazaba a ellos. Y a ti.

No se si de aquí saldrá algo bonito, si saldrá regular o siquiera legible. Se que nunca podrá salir lo que tu te mereces, y con la tristeza de saber que no estaré a la altura me pongo a la faena.

Y también con la nostalgia de esas conversaciones que ya no tendremos; de esos tiros a un bote que ya no pegaremos mano a mano; de esas cervezas, caducadas de cuatro o cinco años, que tan bien nos supieron, o de las que te esperan en mi casa, junto a las aceitunas y las almendras.

Quizá no sea nostalgia la palabra. La nostalgia es la tristeza por la ausencia, y se que tu no sólo no estás ausente de nuestras vidas, sino que estás -si cabe- más presente. Porque antes estabas con uno, dos, tres de nosotros; y ahora estás con todos.

Porque, ¿sabes?, no te has ido. No nos da la gana de que te hayas ido, así es que sigues con nosotros. Con todos y cada uno. Te has ido como un espartano, luchando como un león, peleando con uñas y dientes -y a mordiscos, cuando ha hecho falta- porque la única forma digna de irse -de volver- es sobre el escudo.

 Y los que vuelven sobre el escudo, siempre permanecen.

Te has ido porque el cuerpo tiene sus límites, porque las fuerzas físicas se agotan, porque somos mortales y hemos de morir. Pero tu espíritu no se ha rendido, no se ha doblado, no se ha permitido un descanso ni una derrota. Tu espíritu de león espartano que, en la adversidad, sacaba fuerzas para animar a quienes te rodeaban.

Nos has dejado -sólo por ahora- con un ejemplo de dignidad, de fortaleza y de valor. Con la dignidad de un Cónsul romano, la fortaleza de un león y el valor de un espartano.

Quiero decir tantas cosas que me lío. En las horas de insomnio es más fácil, todo cuadra, todo se hila; pero a la hora de ponerlo sobre el papel -sobre la pantalla- se deslavaza y sale a trompicones.

Se preguntarán los que lean a santo de qué viene tanto hablar de espartano. Tu lo sabes, amigo; lo sabe tu familia, y lo se yo. El resto, me harán la merced de aceptar mi palabra.

Los que no te conocieron -los que si te conocían y valen la pena no lo necesitan- también aceptarán mi palabra si digo que fuiste -eres- un hombre de bien, un amigo de los que están cuando hacen falta, de los que saltan sobre cientos de kilómetros cuando se les necesita. De los que hacen mejor este mundo. De los que dejan huella en el alma, no sólo en la memoria.


Por eso, Iñaki -amigo, hermano- no le pido a Dios que te acoja. Se que estás con Él y, por eso, lo que te pido -a ti, espartano- es que nos eches una manita.

jueves, 1 de diciembre de 2016

SOBRE EL PREMIO AL TONTO DE LA CLASE.

El Premio Cervantes -¡ay, si D. Miguel levantara la cabeza o, al menos, el brazo tullido!- regalado a un perfecto imbécil, indocumentado, topiquero y sinvergüenza llamado Eduardo Mendoza, porque en España somos tan generosos como para permitir que un macaco tenga nombre.

Este fulano -si, eso es: fulano- es una perfecta muestra del escribidor que hoy en día se premia en este país que un día fue España. Sobre él y su necedad tuve ocasión de escribir hace ya 6 años, cuando también le regalaron el premio Planeta a cuenta de una infamia sobre José Antonio Primo de Rivera.

Esto es lo que dije entonces y -como corresponde- mantengo hoy:


lunes 18 de octubre de 2010
Que dicen que es escritor, y hasta que ha ganado el premio Planeta con una cosa titulada Riña de gatos. Madrid 1936.

Nada extraño, si tenemos en cuenta el lamentable declive de esa editorial que fue un referente de señorío y ecuanimidad, convertida ahora en lo que a la vista queda, con su presidente en los tribunales, acusado de facilitar un plagio de Camilo José Cela.

Este tal Eduardo Mendoza -que lo mismo podría ser un Juan Lanas o, más castizamente, un don nadie-, se permite decir -en entrevista que le hacen en Público- de José Antonio Primo de Rivera que era "alguien con un interés intelectual y humano tan escaso..."

Obviamente, el señor Mendoza es tonto. Es -más que tonto-, necio con máster, soplagaitas sumo, tontolaba engreído, cretino cum laude, necio máximo.

José Antonio fue el único intelectual que le dio a la Segunda República una legitimidad de origen de la que legalmente hubiera carecido sin él: la de que todo hecho revolucionario -en tanto que subversivo del orden constituido- genera su propia legitimidad. Fue -según Jordi Pujol, nada sospechoso según creo- el único político español que había entendido a Cataluña. Fue -dicho por sus oponentes en los tribunales- un brillante abogado. Fue un hombre que -sobre todo uno que se llame escritor tiene que saberlo- dejó páginas hermosísimas desde un punto de vista meramente literario.

Lo que ocurre, es que José Antonio fue un intelectual al que se le entendía; que tenía tal capacidad y tal cultura, que se hacía comprender por cualquiera, lo mismo los intelectuales encumbrados que los campesinos y obreros tan queridos por él. Acaso este señor tonto Mendoza piensa -es un decir, vaya- que un intelectual es el que hace el programa político del PSOE o del PP, esos montones de palabrería de los que nadie saca nada en claro. Y entonces -entonces sí- José Antonio le resultaría de poco interés, porque quien tiene un cerebro viciado de estereotipos es incapaz de valorar la claridad, el rigor intelectual, el pensamiento recto y firme.

En cuanto a lo humano, José Antonio fue -según sus enemigos- un hombre ecuánime y valiente. Defendió la memoria de su padre -cosa que suelen hacer los hijos cuando lo conocen-, de pensamiento, en las Cortes; y, cuando resultó necesario, de obra, abofeteando a un General en plena calle, o saltando sobre tres filas de escaños en el Congreso, para enzarzarse con el maledicente. Pero ello no fue obstáculo para que, cuando era de justicia, le ofreciera su mano al enemigo.

Evidentemente, José Antonio no tuvo el interés humano de una vida trufada de escándalos, porque mantuvo en la mas estricta privacidad lo que no concernía a la actividad pública. Si este cretino Mendoza considera el interés humano por el número de concubinas conocidas, o de escándalos de cuernos, o de trifulcas públicas, José Antonio no le puede llamar la atención.

Añade después el capón Mendoza: "Es un personaje que me parece interesantísimo, aunque todos los historiadores coinciden en apuntar que era un memo."

Pero, ¿tu sabes leer, necio Mendoza? Aquí, el único memo eres tu, ababol. Cualquier historiador será más o menos favorable, pero a ninguno en absoluto le ha parecido un memo. Al contrario: por muy enemigos ideológicos que sean, todos coinciden en resaltar lo fascinante del personaje. 

Incluso tú mismo lo confiesas, mamarracho: un personaje que me parece interesantísimo. Te contradices porque ni siquiera en tu condición de caracol -rastrero, baboso, hermafrodita y cornudo- puedes sustraerte a la realidad.

Y por último, lo que te define: "Lo único que hizo con acierto estratégico fue morirse a los 33 años."

Eso es, botarate Mendoza: se murió. ¿De gripe? ¿De infarto? ¿De tuberculosis, aún no erradicada por la Sanidad del Régimen de Franco?.

Se murió. Y se queda tan ancho el hideputa, a ver si cuela y la gente se olvida de que fue fusilado -asesinado tras una farsa de juicio, mucho más ajeno a la legalidad que los que dicen que eran ilegales en el franquismo-, condenado sin prueba alguna por delitos que no pudo cometer porque llevaba preso -preso político- desde varios meses antes.

Ahí te retratas, mentecato. Se te nota la piel de zorra que, fracasada en el intento de alcanzar las uvas, se quiere convencer de que están verdes. Y aquí, lo único verde que hay eres tu.

Verde de envidia verde.

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