Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

viernes, 13 de marzo de 2015

SOBRE UNA NECEDAD QUE ROZA LA ESTUPIDEZ.


Porque estupidez, señor fiscal, es la torpeza notable en comprender las cosas. Se me ocurren otras muchas palabras para calificar la cortedad de falsario del plumífero de El País que, acaso por no tener capacidad para más, persiste en la repetición de tópicos, estereotipos, medias verdades, mentiras completas y gilipolleces sin cuento, aunque con cuenta. Corriente.

Ayer, el capullo paisano que sigue viviendo cojonudamente contra Franco, titulaba su vómito así: El desprecio de Franco a José Antonio. Y subtitulaba: Una carta de María Santos Kant, novia desconocida del líder falangista, y la respuesta del dictador español refleja el desprecio de este por su rival político.

Apenas habían pasado cuatro días del fusilamiento. José Antonio Primo de Rivera empezaba a ser El ausente. Entonces, el 24 de noviembre de 1936, María Santos Kant, desconcertada, se armó de cuajo para dirigirse en una carta ni más ni menos que a Francisco Franco.

Ahí es nada: a cuatro días de ser asesinado, José Antonio empezaba a ser El Ausente. Ni puta idea de nada, ni siquiera de lo que critica, pero el plumífero amarillo larga, por si algo queda. Por supuesto, como buen cenutrio, no entiende que si José Antonio era El Ausente, es porque no estaba entre sus falangistas, pero nadie creía que hubiera muerto. Asesinado. Cuando la certeza se impuso, dejó de ser El Ausente y fue ¡Presente!. Pero pedir al bellotero de El País que entienda -o se acerque mínimamente- a la mística falangista es como pedir naranjas al alcornoque.

Pero, además, esa señorita María Santos Kant, sólo cuatro días después del asesinato, ya pregunta por José Antonio a Franco. Portentosa celeridad si se tratase -como el plumilla insinúa- de que la noticia era de dominio público y Franco la quiso ocultar. Pudiera bien haber ocurrido que esta mujer, harta de oír los infinitos rumores que corrieron sobre el paradero de José Antonio, quisiera cerciorarse con información oficial y coincidiese con la fecha. 

Y la información oficial llega a vuelta de correo, el 1 de diciembre: El Sr GENERAL FRANCO me encarga manifieste a usted que recibió su carta del 24 actual referente al Sr. Primo de Rivera. El Sr. General no sabe directamente nada relativo a la suerte de dicho señor, porque las emisoras rojas aseguran haberlo fusilado y no es creíble lo digan sin que sea ello verdad, pues el mentir en este asunto no tendría para ellos utilidad. Sintiendo no poderle dar mejores noticias, usted disponga de su affmo….

Respuesta que el estúpido de El País comenta como escueta y ambigua, en la línea del más puro Franco siempre provisto de claroscuros y una baraja de ases en la manga. Respuesta, más bien, oficial, plumilla amarillento; como requiere el asunto. No se trata de correspondencia amistosa o familiar, sino de una petición a la máxima autoridad del Estado, contestada en el típico lenguaje administrativo. Franco manda contestar -a alguno de sus colaboradores- que no sabe nada directamente. Las radios rojas dicen que lo han fusilado, y a 11 días del hecho no hay confirmación, porque las radios rojas también habían dicho -desde julio a finales de septiembre, y cada dos o tres días-, que habían tomado el Alcázar, o que habían recuperado Talavera. 

¿Tendría Franco que haber escrito una carta afectuosa y de su puño y letra, señor plumífero? A una persona desconocida, de la que usted mismo dice que María Santos Kant podía ser una de tantas enfebrecidas fans del soltero de oro, abogado de éxito y diputado con porvenir. “Alguien que en mitad de la confusión se autocondecorara como la novia de José Antonio”, comenta Gibson.

Y si el plumífero paisano no ha sido capaz de encontrar rastro de la existencia real de esa persona, me contará cómo la iban a investigar -para juzgar si merecía una respuesta mas concreta, caso de haberla- en una semana y en medio de una guerra. Cierto que el plumífero, como buen tontolaba, afirma que no ha encontrado información ni en Google, ni en los índices onomásticos. Y claro: lo que no está en Google no existe, ya se sabe. Así es un periodista de El País: capaz de buscar en Internet para afirmar que no hay noticia de la existencia de alguien nacido a primeros del siglo XX. Con un par.

Pero esta respuesta es la prueba del desprecio de Franco hacia José Antonio. Esto, y el fracaso de los intentos de canje y las negociaciones emprendidas para salvarle, en las que discreta pero vagamente, se mezcló Franco. Sin duda -para el gilipollas amarillo- Franco tenía que haber ido a Alicante en persona ¿no?. 

Y, por supuesto, si no lo hizo fue porque a Franco le vino al pelo la muerte de José Antonio. Lo dicen historiadores tan imparciales como Stanley G. Payne, así es que no hay mas vueltas que darle, ¿verdad, paisanillo?. Nada nuevo bajo el sol. Lo mismo han dicho todos esos falangistas hiperauténticos, megapuros e incontaminados. Todos esos siempre dispuestos a tirar de navaja trapera contra sus iguales, y convenientemente camuflados ante el enemigo, al que dan la razón para que no se moleste. Hablemos mal de Franco para que los rojos nos dejen vivir para pelearnos entre nosotros, es su lema, al cual los rojos hacen eco, faltaría más.

Mal conocen a José Antonio esos falangistas. Por supuesto, los periodistas amarillos y los historiadores que siguen viviendo cojonudamente contra Franco no tienen ni idea, y se les da una higa mientras les paguen sus panfletos. Ya se sabe, y lo escribió Ángel Palomino: ellos siempre han estado seguros de que la URSS se acabaría comiendo a Europa, y entre la dacha y el gulag, no hay color. Ni siquiera un cuarto de siglo después de desmoronarse -sola- la entelequia del socialismo real.

Pero José Antonio -entre otras muchas enseñanzas no asequibles a gilipollas- nos marcó nítidamente el camino del servicio y del sacrificio. Mal le conoce quien piense que, con España en guerra o acosada por el extranjero, se iba a rebelar contra la autoridad del Generalísimo. Hubiera, probablemente, disentido en algunas decisiones, y hubiese tratado de guiarlas según su criterio. Hubiese tratado de influir -no con el peso de sus escuadras, sino con el de sus razones- en la regeneración española. Y hubiera servido a España sin reticencias, sin condiciones y sin cortapisas. Y sin anteponer la politiquería partidista al interés nacional.

Total, que el escritorzuelo paisanillo no saca a relucir mas que refritos de todos los resabiados precedentes, aunque a su panfleto amarillo se las haya conseguido vender como novedad basada en documentos recién encontrados. Es lo que tiene ser editor o director de periódico sin saber leer: que cualquier mindundi se la cuela.

Otro detalle demuestra qué clase de sujeto es el plumífero: llama a José Antonio Primo. No Primo de Rivera. Esto también suele ocurrir en ciertos casos. Cuando no se tiene educación. Cuando no se tiene puñetera idea de la Historia de España. O cuando se tiene tal desconocimiento de la genealogía propia, que se desconoce la existencia de apellidos compuestos.

O cuando concurren las tres cosas a la vez.

Publicidad: