Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 23 de enero de 2010

SOBRE CARLISMO Y NACIONALSINDICALISMO.

Traigo a colación el tema tras leer la entrada Carlismo vs nacionalsindicalismo, del blog Una, Grande y Libre de mi camarada Soldado Vikingo.
Acierta Soldado Vikingo en lo fundamental, pero me gustaría hacer algunas precisiones para evitar que el lenguaje mentiroso y los conceptos voluntariamente tergiversados de lo políticamente correcto acaben tomando carta de naturaleza entre los más jóvenes.
Fernando VII -el rey felón por excelencia en la Historia de España, al menos hasta 1975- embrolló tanto sus disposiciones sucesorias, cambiando de su hija Isabel a su hermano Carlos, que cuando finalmente murió los dos bandos podían considerarse legítimos herederos. En cualquier caso, ni la una -aún niña- ni el otro -excesivamente apocado y empujado por su esposa- eran más que un simple símbolo para dos formas distintas de entender la vida.
Los liberales, que hicieron su mascarón de proa de la reina niña Isabel y de su madre, la regente María Cristina, las eligieron por considerarlas manipulables, como así fue. Especialmente porque la regente estaba más ocupada de su vida personal -casada en secreto y embarazada en público, decían de ella- y cedió la educación de su hija a los políticos que hicieron de la pobre criatura lo que luego fue Isabel II.
Los Tradicionalistas -que se denominaron también Carlistas, por su rey- no defendían el antiguo régimen, sino el régimen tradicional español. En realidad, el antiguo régimen -absolutismo más o menos edulcorado con Cartas Otorgadas o Estatutos reales, el centralismo borbónico francés- era el de los liberales. Los Tradicionalistas defendían la descentralización, los Fueros, los gremios y las Cortes que siempre fueron columna vertebral de España.
Tampoco es del todo cierto que los carlistas se echaran el monte oara recuperar los fueros perdidos. Navarra -la provincia más genuínamente tradicionalista, de la que salió el genial Zumalacárregui- había conservado los Fueros por su apoyo a Felipe V. Tampoco cabe decir que los territorios más acomodados fueron carlistas y los más desfavorecidos liberales. En Andalucía y Extremadura hubo nutridísimas partidas carlistas, que habitualmente se olvidan o se ignoran porque la verdad no cuadra con la explicación economicista de la Historia.
En la guerra civil, el Requeté -la organización puramente militar del Tradicionalismo- tuvo un papel excepcional, que no fue debidamente secundado por la organización política, ya muy debilitada por la ausencia de un rey carlista joven y decidido.
Por otra parte, si bien las diferencias entre Tradicionalismo y Nacionalsindicalismo son evidentes, tampoco son tan profundas como puede parecer. Ya dijo José Antonio que la Falange no era fascista, y que el fascismo era en realidad la vuelta de los pueblos a sus orígenes nacionales. De esta manera, la Falange, al volver sobre los orígenes de España, tenía que hallar la familia tradicional, la importancia de los Municipios en la vida política, a través de las Cortes, y la trascendencia de los gremios en la vida laboral. Es fácil ver la proximidad de Tradicionalismo y Nacionalsindicalismo en su vuelta a los orígenes españoles.

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