Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

viernes, 11 de marzo de 2016

SOBRE LA DESVESTIDURA.


Desvestidura, porque resulta cada vez más evidente que aquí, en este batiburrillo que el pueblo soberano y topiquero ha considerado realizar con los políticos, politicuchos, politicastros y politiqueros, pase al final lo que pase, el que llegue a formar Gobierno no acabará investido, sino desvestido y con todas las vergüenzas al aire.

Si aún hay alguien que lea estos apuntes, habrá observado que hasta hoy no he dicho nada sobre el tema de las tentativas de don Pedrito y don Pablito y don Albertito. Menos aún del tancredismo de don Marianico, porque de la nada es difícil hablar, salvo ser político profesional, cosa de la que espero que Dios me siga librando.

Los sesudos comentaristas se devanan las meninges haciendo cuentas, sacando sumas, restando votos, dividiendo opciones y multiplicando teorías. Pero en el fondo, si nos alejamos de la aritmética de covachuela partitocrática y nos atenemos a la matemática de la Historia, la solución al problema es evidente.

Y la solución se basa en la simple pregunta de qué será más poderosa, la codicia o la soberbia.

Si vence la soberbia -el no te ajunto de todos con respecto a todos; el yo primero de todos frente a todos; el cabezarratonismo de cada cual- puede haber nuevas elecciones, y allá veremos si el memocrático y topiquero pueblo soberano es capaz de razonar más allá de las antipatías. 

Si hay nuevas elecciones, los resultados de algunos partidos pueden cambiar en función de lo que hayan hecho en este interregno. Así, Podemos se las promete muy felices, creyendo que sobrepasará al PSOE o, cuando menos, le recortará aún más. Pero también cabe la posibilidad de que la parte del pueblo soberano que se dejaría ahorcar de buena gana, siempre que la cuerda hubiera sido trenzada mirando a la Unión Soviética, le eche en cara no haber colaborado con Pedrito en la expulsión de la derecha. En eso confía Sánchez, al menos. Pero también este tiene por qué temer, pues su pacto con la derecha de Ciudadanos -para la izquierda, todos los enemigos son, por definición, la derecha- puede hacer que sus topiqueros se echen en brazos de Iglesias y su estalinismo venezolano-iraní.

Ni a unos -PSOE-, ni a otros -Podemos- les interesan claramente unas nuevas elecciones, de resultado incierto según hacia dónde les sople el viento del estereotipo y la antipatía a sus presuntos votantes.

En la misma cuerda floja se encuentra Ciudadanos que -salvo para tontos irremediables- ha dado la cara como lo que siempre ha sido: un partido de izquierda, que se quiere camuflar de centro para engatusar a la derecha. Sus votos -en inmensa mayoría procedentes del desencanto con el PP- eran los de votantes de derechas que querían castigar a Rajoy, pero no querían que gobernase la izquierda, y menos aún la izquierda estalinista y guerracivilista. Con su apoyo al PSOE, Ciudadanos queda en el aire, sabiendo que difícilmente repetirá resultados, y que muy probablemente quedará reducido a partido testimonial tras inflarse artificialmente en los pasados comicios. Por este motivo, Ciudadanos ya ha declarado que no dará su apoyo a Rajoy, pero no lo ha negado al PP si presenta otro candidato.

En el fondo, lo que Alberto Rivera ha hecho es insinuarse como candidato a la presidencia del Gobierno, presumiendo que al final triunfará la codicia y él será quien menos rechazo produzca a uno y otro lado.

Porque esta es la otra opción: que llegado el final de los plazos legales, pueda mas el deseo de trincar algún trozo del pastel -aunque no sea el apetecido- que correr el riesgo de quedarse sin nada. 

Según cual de las dos triunfe -codicia o soberbia- tendremos Gobierno de siete mil leches o nuevas elecciones impredecibles.

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