La fiesta se supone que es la de lo que pomposamente se
denomina Fiesta Nacional de España; esto es, lo que siempre ha sido la
Hispanidad e, incluso, la Fiesta de la Raza.
Raza -obvio es decirlo, pero puede haber visitantes
extranjeros y siempre hay tontos aborígenes- que no tiene nada que ver con el
concepto biológico, sino con el espiritual. Así lo entendía Rubén Darío en su
Oda a Roosevelt cuando le advertía al yanqui que se la envainara, y creo que la
referencia no puede ser mejor.
El problema es que hoy, el maestro Rubén quizá encontrase
los cachorros del león español en la -así la llamaba él- América española, pero
difícilmente lo encontraría en España. Porque España no existe para casi nadie.
No existe para los partidos políticos, donde los dos supuestamente grandes se
enredan entre conceptos discutidos y discutibles o patriotismos
constitucionales, y el resto ni la nombra
mientras trinquen pasta gansa de los presupuestos.
España no existe para los españoles, que son sociatas,
peperos, liberales, rojos del rosita al bermellón, malnacidos todos que
reniegan de su madre, y que para defenderla -o simular que la defienden, porque
en el fondo a todos les importa tres leches- recurren a leguleyismos en vez de
a la santa ira.
Me consuela imaginar que probablemente esto mismo han
pensado muchos a lo largo de los tiempos, y gracias a Dios las cosas se
acabaron arreglando. Y espero equivocarme como ellos, tal y como erraba, por
ejemplo, el curica que afeaba las costumbres y la molicie a los asistentes al
funeral del Gran Capitán, y andábamos en los comienzos del reinado del gran
Carlos. Y espero tener aún tiempo de ver el renacer del león hispano y -Él lo
haga- participar en ello.
Parece difícil, en un pueblo anestesiado, adocenado,
abatallonado, incapaz de ver más allá del pesebre y la prebenda. Un pueblo que
hasta se ha dejado convencer de que uno de sus mayores timbres de gloria -el
descubrimiento de un Nuevo Mundo- fue un horror, sin fijarse en que se quejan
de los genocidios que nunca fueron los claros descendientes de los indígenas de
la América española -miren al difunto Hugo, al pajarito Maduro, al inconcebible
Evo, a los miles de hispanoamericanos que viven en nuestra Patria- y los
pedantes de obediencia anglosajona.
Ellos son los que rechazan y reniegan de la Hispanidad -una
Hispanidad que podría enderezar el rumbo de un Mundo absurdo, y que constituye
una aspiración irrenunciable del Nacionalsindicalismo- y a este propósito mi
camarada Arturo Robsy, que está en los luceros, escribió una novela espléndida
y brillante, emocionante y divertidísima: Antidescubrimiento de América.
Como Arturo era -es- un caballero generoso, como buen
español, la referida novela la entregó para el disfrute libre de quien la
quisiera -está registrado, pero se puede copiar y difundir. Imprimir en modo
comercial, nanay, dijo Arturo-, y así se la puedo ofrecer: pulsen sobre el
título resaltado y la podrán descargar.
No quiero hoy hablar de lo que todos tenemos en mente: del
gobierno autonómico y sedicioso de la región catalana; de los baskos -no
vascos- que se aprestan a recoger las nueces de los árboles que otros ha
movido; de los aldeanos de Galicia, de los cortijeros de Andalucía, de los gilipollas
de la misma Castilla, que se apuntan a la moda del separatismo.
Para todos esos, ahí les dejo el Himno Nacional en los
altavoces, y que se jodan. Y a los que el Himno Nacional no les molesta, el
saludo:
¡Viva América!
¡Arriba España!