Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 20 de junio de 2012

SOBRE CUALQUIER MEDIDA DEL GOBIERNO.

"Cualquier medida antes que la reducción de salarios", ha asegurado -dice El Mundo- el señor Beteta, desgraciadamente secretario de Estado de Administraciones Públicas, ante la propuesta de los amos del FMI de un nuevo recorte del sueldo de los empleados públicos.

El tema de los empleados públicos es serio. Están mal vistos, así es que cualquier cosa contra ellos es recibida por el pueblo soberano con alborozo. Como tienen el trabajo seguro -más o menos, pero eso es otra cosa- son unos privilegiados. Ninguno de los alborozados ciudadanitos que hace unos años se forraban meneando ladrillos de un sitio a otro, o vendiendo pisos de mierda a precio de oro, o facturando enormidades por servicios deficientes y en condiciones abusivas, se preocupó entonces de estudiarse un temario y currarse una oposición. Pero ahora, los que tienen el puesto de trabajo que los ciudadanitos proclives al pelotazo no quisieron, son unos privilegiados, y está bien que les metan mano en el bolsillo para surtir de sopa boba al fulano al que le estallaron las burbujas y los pelotazos.

Así es que al ciudadanito pelotizante de antaño, le parecerá mal que el señor Beteta no quiera rebajar más el sueldo de los empleados públicos. ¡Duro con ellos! -exclamará airado.

Y el señor Beteta buscará la forma de contentar al peloticero de ayer con alguna nueva afrenta a los que se tuvieron que esforzar durante meses o años para lograr un puesto de trabajo mal pagado -lo que cobra el enchufado primo del concejal de turno no es la media, ni mucho menos- mientras cualquier iletrado cobraba el triple por empalmar -mal- dos cables o dos cachos de tubería, o por hacer con desgana los recibos de una comunidad de vecinos y convertirse, mas que en empleado, en dictador de la misma.

Mejor dicho: el señor Beteta ya ha encontrado la manera de meter mano a los empleados públicos, sin tocar -dice- el sueldo que, en caso de más recortes, convertiría a miles de personas en nuevos deudores sin posibilidad de pago.

Porque el señor Beteta -mentiroso e hipócrita- ya ha avanzado a los altos cargos de los ministerios su nueva hazaña: quitar días de vacaciones a los empleados públicos, y anular aún más la flexibilidad horaria.

Nótese que el señor Beteta manda sobre los empleados públicos de la Administración General del Estado, y que lo que el diga o haga no le afecta a los cientos de miles de empleados de Autonomías y Ayuntamientos. Y sepa quien lo haya menester, que en la AGE el horario de trabajo siempre ha sido de siete horas y media, sin las rebajas de otras administraciones. Sépase que en la AGE los días de asuntos propios siempre han sido ocho, de los que dos se adjudican obligatoriamente a 24 y 31 de diciembre.

Y sépase que hace unos años -no muchos- se estableció una bonificación en días de vacaciones y de asuntos propios en función de la antigüedad en la administración, como compensación por la congelación salarial de casi una década. O sea: no te subo el sueldo, sino que te lo dejo al nivel del IPC, y cuando lleves 15 años te doy un día más de vacaciones. Día que -ajusten ustedes cuentas- salía bien caro al empleado público, que se quedaba año tras año como estaba mientras los pelotaceros trincaban subidas de cuatro, cinco o seis puntos.

Y ahora, el señor Beteta quitará de un plumazo -ya anda por ahí la propuesta de resolución- los derechos adquiridos, no graciosamente, sino a cambio de la congelación salarial de lustros. Eso, en cuanto a las vacaciones, porque también eliminará la flexibilidad horaria para conciliación de la vida laboral y familiar, ordenada por Ley para las empresas privadas.

Y a continuación, la jeta del señor Beteta caerá al suelo por su propio peso, rebotará tres veces y dará una vuelta de campana sin que nadie se la patee en el camino, mientras el ciudadanito pelotacero aplaudirá.

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