El franquismo, ya se sabe, es el referente fundamental de
esta España, en la que todos siguen
viviendo cojonudamente contra Franco, a pesar de que lleve 40 años muerto, y de
que falleciera -de viejo- en un hospital de la Seguridad Social que creó el
falangista José Antonio Girón de Velasco bajo su mandato.
El párrafo precedente ya habrá puesto -a quienes me visitan
con frecuencia- sobre la pista de que voy a hablar de otro papanatas de los que
-heroicos mamarrachos-, siguen viviendo contra Franco; y aciertan, porque en
este caso es -no podía ser de otra forma- un columnista de El País, que firma
Guillermo Altares, el que afirmaba ayer:
Bajo el franquismo, comer carne en estas fechas era una
actividad sospechosa. Pese a las procesiones, la Pascua ha cambiado mucho. Y
luego se explaya, el imbécil: Sin embargo, pese a su inconfundible importancia
actual, resulta difícil imaginar cómo era la Semana Santa bajo la dictadura
franquista, cuando cerraban los cines y los teatros, comer carne podía
representar un auténtico problema con las fuerzas de seguridad (y los vecinos)
y toda la vida política y social giraba en torno a este acontecimiento que no
tenía nada que ver con unas vacaciones de primavera.
En lo de que la Semana Santa no tenía nada que ver con las vacaciones de primavera
acierta el plumilla paisano. Pero es que aún no teníamos una señora Carmena,
una señora Colau, una señorita Rita, que nos inventaran la Semana Santa laica,
la Navidad laica, las procesiones laicas, los bautizos laicos y otras tantas laicidades,
que uno no puede por menos que congratularse de ser católico trentino. También
es cierto que entonces -en lo que el plumilla paisano llama dictadura
franquista- la Conferencia Episcopal Española, los señores Obispos, los señores
curas, y el señor Francisco, no nos habían metido en esta espiral de
márqueting, en la que parece que lo que importa es tener mucha clientela,
aunque no se sepa para qué. Entonces, la Semana Santa era Semana Santa; el
Gobierno era Gobierno; las leyes eran leyes; los jueces eran jueces, y la
vigilia era vigilia.
Y ahí entramos en la otra parte del articulito: en eso de
que comer carne podía representar un auténtico problema con las fuerzas de
seguridad (y los vecinos).
Y esto lo dice un individuo que me llamaría intolerante,
racista, xenófobo y fascista si se me ocurre hablar del ramadán de los
musulmanes o de la comida kosher de los judíos, por no irnos a la India
y sus vacas sagradas y demás.
Esto es: si los progres hablan del Ramadán, en el
que -véase
en Europa Press- los musulmanes se deben abstener de comer, beber y
tener relaciones sexuales durante las horas de luz: del alba hasta la puesta de
sol; o de la prohibición de comer carne de cerdo y de las varias normas a
seguir para sacrificar a los animales -rito halal-; o de las
enrevesadísimas prohibiciones -comida kosher- de los judíos, entonces
hay que respetar las religiones, hay que ser tolerante, hay que aceptar las
diferencias y hay que huir de la xenofobia, la intolerancia y todo eso que
legitima a todo buen soplagaitas.
Pero si se trata de no comer carne los viernes de Cuaresma
-no sólo el Viernes Santo, señor plumilla de El País; por lo menos, entérese
antes de hablar-, entonces la cosa es intolerable, y clara muestra del
oscurantismo franquista.