Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 12 de octubre de 2011

SOBRE LA PANTOMIMA.

No voy a comentar nada sobre el desfile, porque llamarle a eso Desfile es una aberración.

No voy a recordar aquellos desfiles -serios, de dos horas largas- en los que un Franco enfermo de parkinson y con más de ochenta años, permanecía a pie firme.

Puedo admitir sin problema que el Rey está enfermo y no tiene a su espalda el historial de aquél anciano Generalísimo; ese historial que le obligaba a honrar a sus soldados manteniéndose en pie, como mínimo reconocimiento a los que llevaban en pie muchas horas. También puedo admitir que hoy en día nadie tenga los santos cojones de aquél anciano.

Pero es inadmisible que todos los demás espantapájaros uniformados de la tribuna hayan permanecido cómodamente sentados, como quien va al teatro, mientras pasaban las Banderas y el Rey se levantaba. ¿Acaso el protocolo de la Casa Real obliga a que los demás permanezcan sentados mientras el Rey se levanta? ¿No es exactamente lo contrario? ¿Acaso no van con todos esos uniformes -tal vez rellenos de paja- los honores a la Bandera? ¿Acaso se puede admitir que un -al menos en teoría- futuro rey, permanezca sentado ante las Banderas?

¿Acaso es admisible que se comience el toque de Oración y se termine en un no se qué, que parece un qué se yo, indigno hasta de una charanga de necios o de borrachos?

En fin: que no voy a comentar nada sobre el desfile, porque eso no fue un desfile. Al menos, no fue un Desfile de los Ejércitos españoles, tal vez porque tampoco los Ejércitos son Ejércitos, ni España es España.

Ni los hombres, hombres.

SOBRE EL MAESTRO RAFAEL.

Que, como todo el mundo sabe (y si alguien no lo sabe es que aún no lo ha leído, así es que ya puede empezar), es Rafael García Serrano.

Rafael García Serrano fue periodista, escritor, guionista de cine y, esencialmente, falangista. Falangista desde 1933 y hasta su muerte, cosa que no todo el mundo puede decir.

De este ser falangista -no sólo la idea, sino el estilo- se nutrió su obra y su vida. Y si sus obras -desde el Eugenio hasta V Centenario, pasando por el inmenso Diccionario para un Macuto- son un preciso y precioso reflejo del ideario Nacionalsindicalista, también su vida fue un ejemplo de estilo que nos legó.

Más cosas podría decir; muchísimas más. Pero creo que me repetiría, porque en los 23 años transcurridos desde su muerte ha habido ocasión para mucho.

Así es que aquí les dejo con el maestro Rafael, en esta fecha de la Hispanidad que saludo con el Himno Nacional, en una de sus facetas menos conocidas: la de poeta.


CANCION DEL SOLDADO QUE NO TENIA NOVIA

Y que nadie se alegre con mi vuelta,
poniéndome laurel sobre el cansancio,
cediéndome el milagro de sus ojos rientes,
de sus labios tangibles a mis labios.

Que no haya en mi contorno los humanos
manejos y artificios con que sueño.
Que esté yo aquí, doliente, llorando una mentira
como un mozo del siglo XIX.

Y qué leva de amor hay en mi sangre
esperando, en silencio, ese paisaje
con árboles callados,
donde nace la amada
al final del capítulo cincuenta.

Yo no sé qué palomas mensajeras
escapadas de un ruedo de postales
traerían el recado
de que tú me querías
con tu dulce querer, húmedo y triste.

Y estoy así, en la tarde, meditando
qué sollozo solemne me guardabas,
mujer que no conozco,
que pañuelo bordado
para el vuelo lejano de mi muerte.

Rafael García Serrano.

(Octubre, 1938, Hospital)



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