Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 3 de febrero de 2016

SOBRE LA ICONOCLASTIA DE LA ABUELA CARMENA.


Les doy mi palabra de que no tengo la menor obsesión con esta pobre señora, metida a ser el hazmerreír de los tolerantes y blanditos para ocultar su realidad de tricoteuse presta al espectáculo de la liberté, egalité y fraternité patrocinado por Robespierre-Iglesias. Ocurre, simplemente, que es el espejo, el ariete, la punta de flecha del podemismo bolchevique, y me parece justo que -puesto que pone la cara- le dedique mi atención. 

En este caso, la abuelita bolchevique, de mentalidad espesa y pavorosa sonrisa de Medusa, se ha echado a la calle -a la calle se echan los rojos, al campo los nacionales- para la heroicidad de tirar el monumento al Alférez Provisional y quitar una placa en recuerdo de mi camarada falangista José García Vara.

José García Vara cometió el tremendo crimen de ponerse a tiro de los asesinos socialistas años antes de comenzar la Guerra de Liberación. Antes de que comenzase oficialmente, quiero decir; en la realidad, la Guerra comenzó el 14 de abril de 1931, cuando los republicanos perdedores de las elecciones municipales decidieron expulsar de aquella República Segunda que Alfonso XIII les regaló, a todos los que no fueran de izquierdas. La guerra comenzó cuando los rojos -los socialistas y los mamarrachos republicanoburgueses- decidieron que en la República -España les importó siempre tres leches- nunca gobernaría nadie que no fueran ellos.

Curiosamente, aquella República de sangre y mierda cada día se refleja más en esta monarquía en la que el nombre de España también esta prohibido, en la que los rojos son los únicos legitimados por la tolerancia memocrática para gobernar, y para arrojar de la vida pública a quien no piense como ellos. 

José García Vara era un obrero. Como tantísimos otros falangistas, a quienes los tópicos verborreicos de los sindicatos marxistas no podían satisfacer, porque en su interior sabían que eran algo más que canalla útil para la comprobación de nuestras doctrinas, según definición del sablista Marx, que -como buen ejemplo para comunistas- siempre vivió a cuenta del prójimo. José García Vara era un obrero falangista, si. Era falangista porque la Falange ofrecía a los obreros -tan absolutamente maltratados por los gobiernos monárquicos y republicanos del primer bienio- la Patria, el Pan y la Justicia. Esas tres cosas, tan simples y tan complejas, en torno a las que gira una vida realmente humana.

José García Vara fue asesinado por pistoleros socialistas porque anhelaba la libertad del que vive en una Patria unida, grande y libre. Y José García Vara ha vuelto a ser asesinado por las mismas hordas socialistas que han colocado al mando del arrejuntamiento de Madrid a los comunistas podemitas, los bolcheviques resabiados, los mamarrachos resentidos y zarrapastrosos.

Entre chirigotas y alucinaciones de que las madres limpien los colegios, los universitarios en paro barran las calles, los niños recojan colillas, también ha mandado la abuelita Carmena que se derribe el monumento al Alférez Provisional, en base a no se qué razón histérica. Los alféreces provisionales no se sublevaron contra la República soviética. No lo hicieron por una razón sencilla y -salvo alucinación- evidente: no existían cuando se produjo el alzamiento civil y militar del 18 de julio. 

Afirma El País de ayer: Antonio Morcillo, del Grupo de Estudios del Frente de Madrid (Gefrema), explica que los alféreces provisionales se formaban en academias. “Salieron muchísimos y con una enseñanza militar básica, sin experiencia, se ponían al mando de la tropa”, explica. La falta de conocimientos castrenses hizo que el número de bajas fuese muy alto. “La mayoría no pasaron de la primera batalla”, dice. El experto se manifiesta en contra de la desaparición de estos vestigios. “Borrar las cosas que reflejan la historia de un bando u otro me parece una barbaridad”, sostiene.

El experto -como casi todos los expertos que tienen voz en la prensa actual- desconoce u omite algunos hechos. Ignora o calla que los alféreces provisionales tenían que poseer estudios de, al menos, Bachiller -el de entonces- y llevar un mínimo de seis meses en el frente. Así es que eso de que no tenían experiencia es falso. Tenían mucha más experiencia -seis meses de combate- que los alféreces que en cualquier tiempo han salido de las academias militares y han ido a mandar tropas. Tenían la enseñanza militar necesaria para mandar una Sección, que era su cometido, aunque los hubo que -habiendo comenzado la guerra como voluntario falangista o requeté- terminaron siendo capitanes de su Bandera o Tercio. 

Ciertamente, muchos -no “la mayoría”, pero si muchos- cayeron en la primera batalla. La primera paga para el uniforme y la segunda para la mortaja, bromeaban ellos mismos, porque además tenían sentido del humor. Pero cayeron no porque no estuvieran preparados -seis meses en combate preparan mejor que años de academia para moverse en el campo, y así lo atestiguarán los militares de carrera que han salido de los despachos- sino porque eran valientes hasta el exceso y tenían un espíritu de combate que les llevaba al sacrificio, hasta el punto de que el ejército nacional hubo de tomar medidas para la represión del heroísmo. Al contrario que los tenientes en campaña -su equivalente en el ejército rojo- los alféreces provisionales no aprendieron eso de que soldado que se esconde vale para otra vez.

Ya lanzada a la carrera iconoclasta, la abuelita sociópata también va a quitar de las calles de este Madrid que se la merece las placas dedicadas a la memoria de José Calvo Sotelo, diputado al que los comunistas amenazaron de muerte en el salón del Congreso, y que fue asesinado por las fuerzas de seguridad de la república segunda. Asesinado antes de comenzar la guerra, y esto marca una diferencia, porque después de comenzar fueron muchos los asesinados por la horda.

Evidentemente, ser asesinado es un grave delito que doña Manuela y sus bolcheviques no puede perdonar, como no pueden perdonar haber combatido en una guerra, de frente y cara a cara. Lo suyo -lo que entienden- es el asesinato por la espalda; el asesinato de cinco esbirros gubernamentales contra uno desarmado; las carreras en pelo cuando el enemigo se acerca, para asesinar en retaguardia a los presos indefensos o a los civiles no combatientes. 

Y me alegro. Me alegro porque me refuerza en el diagnóstico de que estos chulos son como aquellos; de que estos canallas son como aquellos; de que son como aquellos estos mamarrachos, estos resentidos, estos zarrapastrosos zafios. Me alegro, porque correrán como aquellos.

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