Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

jueves, 25 de junio de 2009

SOBRE EL SILENCIO.

Primero el que he guardado yo, y después otro, a propósito del ultimo asesinato de ETA.
 
El mío obedece a que estoy cansado, harto, aburrido, de repetir siempre lo mismo más o menos. Poco más se puede decir, y lo que hay que expresar ya lo he hecho en -lamentablemente- cientos de ocasiones; pero me parece que en cualquier momento puedo caer en la vaciedad de la prensa, la televsión, los políticos del sistema. Es decir, en la repetitiva vaciedad insustancial de los culpables.
 
Pero obedece también a que -dicho sea con sinceridad y rapidez- empieza a darme igual. Si; me empieza a importar las castizas tres leches que maten o dejen de matar los etarras y que condenen o dejen de condenar los auténticos culpables, que son los que, pudiendo poner remedio, no lo hacen. Ese PNV que -dicen- prohibía actuar contra los cachorros etarras. Ese PSOE que horas después del ultimo asesinato negociaba en Pamplona con los filoetarras. Ese PP que no presenta una querella contra los peneuveros por colaboración con banda armada, y menos aún es capaz de sumarse a las presentadas por Manos Limpias o AES.
 
Me empieza a importar tres leches, porque conozco las palabras con que Antonio Ribera animaba a sus camaradas de El Alcázar a tirar, pero tirar sin odio; porque conozco la sentencia del mejor escritor en lengua española de todos los tiempos, Rafael García Serrano: no podemos odiar a nuestros enemigos porque mañana tendremos que vivir con ellos; porque conozco las palabras de la mas hermosa oración jamás escrita: la de los muertos de la Falange que no odiaban a los mismos que les asesinaron.
 
Me empieza a dar lo mismo, porque no tengo la generosa caridad de Antonio Ribera, ni la grandeza de espíritu de Rafael García Serrano, ni la combatividad poética y mística de Rafael Sánchez Mazas. Porque yo, como aquél alférez Ramón de La Fiel Infantería, considero que estos monigotes de cuatrienal voto capado y cobarde ya no son humanos; que estos borregos que son españoles nada mas que por el DNI no son más que una jauría infecta de odio y revanchismo, entregada a la depravación de todos los valores y al seguidismo de todos los charlatanes; que estos que pululan a nuestro alrededor no son -perdona, jefe, la utilización de tus palabras- portadores de valores eternos. Son un desecho, el resto de un festín sucio, las sobras de la Historia. Basura en descomposición.
 
Y ahora yo también odio, lo mismo que ellos. Y, como a ellos, no me importan mas que los míos. No me importan los empresarios baskos y peneubistas, ni los autónomos del PNV que -el hijoputa Arzallus lo dijo- no comprendía por que los había matado ETA si eran de los nuestros. Ni los socialistas que -Pachi nadie lo dijo- eran de los nuestros.  De los suyos
 
No; a mi, ya, sólo me importan los míos. Y mientras el caído no sea un hermano en la madre España, tanto me da que lo maten o no. Mi escala, ya ustedes la conocen, es que no deseo que haya muertos; pero que si los hay, prefiero que sean políticos a policías, guardias civiles o militares. Y ahora añado que, si aún así hay muertos, lo único que me importa es que no sean de los míos. Que no sean mis camaradas.
 
Y a los demás, que les vayan dando.
 
Lo cual no quita para que hable del otro silencio que en titular anunciaba. El silencio que no se ha guardado en los centros oficiales de la Administración por el último asesinado, cuando si se hizo por aquél empresario peneuvista hace unos meses. Tomaremos nota.

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