Que, como saben los habituales, en mi caso suele ser algo especial.
Especial, porque no me da la gana de desearle felices fiestas a nadie. Las fiestas, hoy, son las de litrona, porro y lo que por discreto callo. Estas son Navidades; es decir, la conmemoración de la Natividad de Nuestro Señor; de Dios hecho niño para morir por nosotros en la Cruz.
Así puestos, comprenderán que aquí no se felicite -esto es: no se desee feliz Navidad- más que a aquellos a los que en verdad les deseo lo mejor. Que -Dios me perdone, si hay de qué- no son todos ni mucho menos.
Aquí se desea una feliz, santa y católica Navidad a los españoles que aman a España, sea cual sea su lugar de residencia, provincia, región, taifa o cantón. Se desea feliz Navidad a los amigos y camaradas que aman a España desde el extranjero, sea cual sea su nacionalidad.
Se desea Feliz Navidad a todos aquellos que no votan a los separatistas o a los complacientes con el separatismo; a los que no votan a genocidas o a transigentes con el genocidio de los más inocentes, los no nacidos.
Se desea Feliz Navidad a los que no autorizan ni aplauden el mercadeo del trabajo, el mercadeo de la dignidad, el mercadeo de la honradez. A los que no disculpan la corrupción cuando es de los suyos; a los que no trapichean con la vida de los demás ni convierten en un muladar la propia.
Y a los demás -separatistas, abortistas, esclavistas, ladrones, sinvergüenzas de toda especie, corruptos, cohechistas, memohistéricos, cabrones con pintas o a rayas...- que les vayan dando.