Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

jueves, 12 de octubre de 2023

SOBRE EL MAESTRO RAFAEL.


Que es, por supuesto, Rafael García Serrano, cosa que ya saben de sobra los pocos habituales que me puedan quedar, pero que acaso conviene explicar por si aparece algún amigo -o enemigo- nuevo.

Este año, Rafael -camarada, amigo, maestro- vuelvo a mis bases. A este Diario que durante años reunió cierta cantidad de camaradas, bastantes amigos y -también- algunos enemigos que me divirtieron mucho. 

Tu sabes, camarada, porque ya te lo he contado otros años desde que te fuiste a los luceros, los sitios por los que han pasado mis palabras. Si alguien tuviera interés, puede descargar las versiones digitalizadas de todos aquellos pasos en el apartado Ediciones anteriores.

Pero todo esto es dar vueltas a la noria para no reconocer lo que me cuesta escribir ahora. Recuerdo las palabras de José Luis Gómez Tello -otro de los grandes- en su colaboración para el libro en tu homenaje, Rafael. Ese libro que nunca se ha publicado, y que cuando yo me vaya se habrá perdido definitivamente. 


"Para entonces sus pausas de silencio eran frecuentes, cada vez mas prolongadas; el motivo no era ningún secreto para nosotros: Rafael atravesaba el túnel de una nueva depresión, tanto física como espiritual.

- Rafael -reclamaba el teléfono cuando la hora de cierre del periódico se aproximaba al límite- ¿contamos con tu Dietario? 

- Perdonad, no ha podido ser -se excusaba como pidiendo perdón."


También a mi -salvando las astronómicas distancias- me cuesta escribir cada vez más. No ya por una depresión, sino por el convencimiento de que ya a nadie le importa lo que pueda escribir, nadie lee mis palabras y, en consecuencia, es trabajo inútil. 

Y también porque tengo otro convencimiento, y es el de que España ya no existe, que esta marea de mierda, de miseria moral, de encanallamiento, no puede ser España; que el pueblo que vota a un sinvergüenza como Perico el de los palotes, a una imbécil -tercera acepción del diccionario de la RAE vigente a día de hoy, señor fiscal- como la rojiyoli; a unos hideputas como los separatistas y terroristas catalans y baskos, no puede ser España. Que el pueblo que vota a un pusilánime como Feijoo no puede ser España. Prefiero una España muerta a una España pútrida, y a ello me atengo.

Y, por último, porque sé que estoy derrotado. Y no lo acepto, porque el deber del derrotado es seguir la lucha mientras pueda y con lo que pueda, pero si lo admito, porque negarse a ver la realidad es la peor forma de derrota. 

Pero siento -allá donde la lógica no llega ni la razón ilumina- que seguir escribiendo como he hecho durante los últimos cuarenta y cinco años es darle alas al quiero y no puedo, vociferar sin la fuerza necesaria para mantener lo dicho y escrito por otros medios. Y no pienso ser nunca una lengua sin manos, aunque ello me condene al silencio.

No sé si a ti, Rafael -amigo, hermano, camarada- te rondaba alguna idea parecida. Quizá no, porque siempre hiciste frente a lo que te vino como lo hacen los españoles, navarros y falangistas, que vaya trío. 

Pero a mi si. Siento la derrota en los huesos, en la sangre y en el alma, y creo que ya no merece la pena la lucha con la palabra. Hemos pasado de ese punto, y lo único que queda es plantarse, y dar la cara. Aunque me la rompan. 

Dios quiera que, cuando llegue el momento, porque va a llegar algún día, y estamos repitiendo la Historia del 36, con dos bandos que cada día se odian más y unos rojoseparatistas empeñados en el suicidio colectivo, en aniquilar al enemigo -ya no adversario-, en negar el pan y la sal al que piensa distinto; y otros políticos empeñados en lo melifluo, en pasar por el aro, en dejarse pisotear, en proclamar tolerancias imposibles y en quejarse amargamente cuando les tocan la jeta.

Estamos repitiendo la Historia, y quiera Dios -decía- que cuando llegue el momento aún pueda usar las manos y ponerlas al servicio de lo dicho.

Y poder presentarme ante vosotros, Rafael, sin que se me caiga la cara de vergüenza.


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