Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 17 de julio de 2013

18 DE JULIO.

Érase un país carcomido por la corrupción, naufragando entre la incapacidad y la desidia, hundido en la cobardía. Érase un país donde las instituciones estaban llenas de miserables, de apocados, de traidores, de incapaces y de chulos. Érase un país donde cada región, y cada reyezuelo, y cada tribu, y cada aldea, y cada retrete, querían tirar por su lado, renegando de la unidad que les daba sentido.

Érase un país donde los pobres eran cada vez más pobres, los ricos más ricos, los sinvergüenzas más canallas y los criminales más impunes.

Érase un país donde los señoritos de izquierda no entendían de más libertad que la que les caía en la entrepierna, y los señoritos de derechas no conocían más principios que los que les salían de las cuentas corrientes.

Érase un país donde recordar con orgullo la historia patria era claro signo de fascismo, donde la Universidad estaba entregada a la horda asiática, donde la Justicia estaba entregada a la política y donde la política se vendía al mejor postor.

Érase un país... ¿a que están pensando que hablo de España hoy? Pues no; hablo de la España de 1936. Entonces, toda aquella podredumbre tuvo fin, y el fin comenzó un 18 de julio.

Evidentemente, este 18 de Julio de 2013 no va a suponer el fin de la miseria, la podredumbre y la apatía. Pero iguales causas tienden a producir idénticas consecuencias, y la esperanza es lo último que podemos perder. Al menos, hasta que tengamos los santos cojones de ponerle un buen cirio a Sanseacabó.

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