Ya sabemos que, en estos casos, todos han ganado. Los unos, porque
tienen más votos que antes; los otros, porque consiguen más escaños de lo que
pensaban; los de allá, porque logran que no los desbanquen; los de acullá,
porque se mantienen en liza... Total, que aquí nadie pierde, y acaba uno
preguntándose si, entonces, quien pierde no es el pueblo español -que,
sinceramente, se lo merece- y, lo que es peor, si quien pierde no es
España.
Podríamos hacer cábalas con los números, y afirmar que el PP
avanza algo porque ha sabido espolear el miedo a un más que posible Frente
Popular. Podríamos decir que el PSOE no se hunde tanto como vaticinaban las
encuestas: que el arrejuntamiento de comunistas con rojiverdes, animalistas
(cada cual mira por lo suyo) y separatistas de vario pelaje se ha quedado muy
por debajo de sus aspiraciones; y que los Ciudadanos del señorito Alberto han
pagado por su inclinación socialista.
Podríamos hacer números con los escaños de unos y otros, y
advertir que el Frente Popular sigue siendo posible, y que las ansias de tocar
poder pueden mucho, con lo que tampoco es descartable que la izquierda se junte
a quien haga falta -separatistas de derechas, filoterroristas de izquierda- y a
los de Ciudadanos, que no saben lo que son, pero si saben a quien no quieren
apoyar.
Pero todo esto no sería sino entrar en la menudencia del
cambalache, cuando lo auténticamente revelador es la cantidad de españoles con
derecho a voto que no ha elegido a ninguno de los que se presentaban: la
friolera de 10.840.364, que supone un 31,84%. Es decir: casi un tercio de los
que podíamos hacerlo, nos hemos negado a participar en la
mascarada.
Es más: ese 31,84% es la segunda fuerza más votada, sólo por
detrás del PP, que alcanza un 33,03%. Los demás -todos los demás- quedan por
detrás de quienes no queremos ser cómplices, y lo expresamos bien sea no
acudiendo a las urnas, bien votando en blanco, bien votando nulo. Porque la
interpretación de esas tres opciones -no ir a votar, votar en blanco o nulo- es
la misma.
La de quienes no vamos a votar -más del 30%- es clara: no votamos
porque no creemos en el sistema. No me atrevería a afirmar de qué lado caería la
posible elección, pero si hay un dato interesante, y es que en estas elecciones
había una coalición de partidos de izquierda, de ultraizquierda, de antisistema,
de anarquistas y de varios pelajes igualmente marginales, todos ellos posibles
representantes de los que decían no sentirse representados en el Parlamento
durante las algaradas del 15-M.
La opción del que vota en blanco es, evidentemente, la de no
elegir a ninguno de los que se presentan. Ninguno les convence, a ninguno desean
tener por gobernante, pero acaso estén de acuerdo con este tipo de sistema, pese
a que no les ofrece salida.
Y la del voto nulo, ¿qué quieren que les diga?. Habrá algún caso
de errores como meter en el sobre varias papeletas de distinto partido; de meter
una papeleta donde se hayan tomado notas; de meter una papeleta donde el niño
haya dibujado... Pero las papeletas -apuesto a que mayoritarias- de quienes
hayan escrito lindezas como un generoso “¡que os den!”; un invitador “¡iros a
tomar...!”; un definitorio “¡chorizos!”, o un genealogizante “¡hijos de...!”, no
parece que sean un error.
Así es que, lo dicho: aquí, quien de verdad ha ganado las
elecciones, ha sido la abstención, que cada día avanza más. Los que -por una u
otra causa, y ya digo que la ultraizquierda sí tenía a quien votar- no queremos
nada con este sistema que nos engaña, nos oprime y nos
utiliza.
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