Cuando hace años -muchos, por desgracia- mi buen camarada y respetado amigo
Fernando Ibáñez, a la sazón administrador de La Nación, me pidió
que colaborase en el proyecto del naciente semanario, no pude comprometerme a
una comparecencia habitual. Dirigía por aquél tiempo EJE, y no me
consideraba capaz de someterme a la disciplina de una publicación semanal, con
plazos de entrega fijos e inaplazables. Sí le ofrecí enviarle artículos cuando
buenamente pudiera, y así lo hicimos durante un tiempo.
Un par de años
después deje de dirigir EJE, aunque manteniendo mi sección
habitual que llevaba el mismo encabezamiento -mi libre opinión-
que este blog, y entonces le pedí a Fernando Ibáñez y al director de La
Nación, Félix Martialay, lo mismo que ellos me habían ofrecido tiempo
atrás: una sección fija. Nos pusimos de acuerdo inmediatamente, como no podía
ser menos -porque ellos me daban absoluta libertad para escribir lo que
quisiera, y yo no pretendía cobrar un céntimo-, y empecé a calentar motores en
busca de un título.
No hacía mucho -o quizá si, pero lo mantenía fresco-
había leído unos versos de Quevedo. A estas alturas no los recuerdo completos
-si alguien me los pudiera refrescar le quedaría sumamente reconocido- pero sí
aquellos que me dieron la idea: arrojar la cara importa,/ que el espejo no
hay de qué.
Era -obviamente- una de las salvajes sátiras de don
Francisco, en la que ponía a caldo a cierto imbécil que, descontento con lo que
el espejo le mostraba, arrojaba el utensilio. La sección se hubiera titulado
el espejo, pero no hubo lugar porque EJE dejó de
publicarse, y entonces trasladé mi cabecera habitual a La Nación,
donde campeó durante muchos años.
En fin, a lo que voy es al título de
cabecera que nunca publiqué: el espejo.
Porque ahora salen los
catetos del separatismo catalán rasgándose las vestiduras porque les han vuelto
a trincar a no se cuantos concejales, a cuenta de la corrupción
institucionalizada en el -Maragall dixit- tres por ciento. Se quejan
amargamente de que el Ministro del Interior les tiene manía, demonizan a los
medios de comunicación que cuentan la noticia, y se victimizan en su intento de
hacernos creer que ellos son puros, que es Madrit quien les
persigue.
Y uno no tiene por menos que pensar lo que afirmaba Quevedo. El
problema no está en que la Policía, la Guardia Civil, los fiscales o los
periodistas detengan chorizos o den cuenta de ello. El problema, mamarrachos,
está en que sois unos ladrones. Así es que arrojad la cara -o sea: vosotros-, y
dejad el espejo en paz.