Lo dice 20 Minutos en su página 8: Aragón
pide ayuda al Ejército ante la crecida "extraordinaria" del
Ebro.
Esto ni siquiera merece un
gran alarde de titulares para el citado periódico, lo que viene a demostrar que
tampoco es mucha noticia. No lo es, porque raro es el año en que el padre Ebro y
sus afluentes no se encabritan y arrasan -poco o mucho- lo que tienen por
delante. No lo es, porque en España las crecidas de ríos y torrenteras es tan
usual como la sequía, y mientras pueblos y ciudades y campos se anegan en un
sitio, en otro las tierras se cuartean de pura sed, y animales y humanos
dependen de fuentes distantes muchos kilómetros, y de camiones que les surtan
del líquido más esencial.
Esto no es noticia,
aunque sea una desgracia para quien lo sufre y una terrible lacra para la
economía nacional, ambas caras de la misma moneda resuelta en promesas que no
valen ni el aire en que se propagan las palabras huecas, en lamentos elegíacos y
en subsidios que nunca bastan para recuperar lo perdido.
Y uno se pregunta si esto no se podría cambiar; si tenemos tan
poca capacidad como para sufrir resignadamente, año tras año, estación tras
estación, los mismos rigores de la naturaleza. Y sin ser ingeniero, deduce que
algo si se podría hacer.
Por ejemplo,
pantanos. Pantanos que recojan las crecidas, las encaucen y amansen.
Pantanos que tras sus compuertas contengan riadas y crecidas. Pantanos que,
cuando los de cabecera tengan que desembalsar agua, la reciban en las cuencas
medias y bajas. La orografía española es razonablemente propicia para ello, y si
los políticos que sufrimos fueran capaces de prescindir de tópicos, se darían
cuenta de que ya es hora de abandonar su complejo de que las obras hidráulicas
son cosa franquista. Aunque les costara tener que reconocer que gracias a
la época de Franco tenemos aún agua, y que lo único razonable es continuar
aquella política hidrológica, puesta al día tras 40 años de
inacción.
Por ejemplo, trasvases.
Política de trasvases donde no tengan voz los aldeanos cafres que prefieren ver
perderse el agua en el mar antes que dársela al vecino necesitado. Donde no
tenga sitio la demagogia de negar el agua al Levante y la Andalucía mediterránea
porque la quieren para hacer campos de golf.
Estos demagogos saben -o deberían saber si no fueran necios- que
en los campos de golf las aguas se reciclan y reutilizan. Pero aunque fuera
cierto, también los campos de golf son una fuente de riqueza que da empleo
-hostelería, restauración, jardineros, electricistas, fontaneros, mecánicos,
personal administrativo...- y genera ingresos. Pero antes de los campos de golf
están los campos de cultivo, los naranjales, las huertas.
No se si el Plan Hidrológico aprobado por el último Gobierno de
Aznar -que Zapatero derogó para favorecer el crimen ecológico de las plantas
desaladoras-, era bueno, regular o malo. Quizá los turolenses se quejaron con
razón -no se si hubo algo previsto o no-, aduciendo que si las aguas del Ebro
iban a regar Valencia o Almería, justo era que también a Teruel llegaran
adecuadamente. Quizá los catalanes querían mayores garantías de que sólo se
desviaría el caudal sobrante. O quizá fue todo una pelea de
gallos.
Pero lo que es evidente, es que España
necesita poner en orden sus aguas, amansar crecidas, desviar riadas, embalsar
sobrantes y llevar el líquido de la vida a donde hace falta para vivir, a la vez
que se impide que cause desolación y muerte donde sobra.
O sea: un Plan Hidrológico que no se hipoteque a los aldeanos
cazurros -los que prefieren inundaciones en sus casas a regadíos en la del
vecino- ni a los votos de señoritos separatistas, sino al interés
general.