Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

jueves, 26 de noviembre de 2015

SOBRE LA FINANCIACIÓN DEL ABORTO.

Lo ha dicho la candidata a la presidencia de Estados Unidos, y lo recoge La Gaceta:

Hillary Clinton: ‘EEUU debería financiar abortos en todo el mundo’

Pero, bueno, ¿qué quiere usted que le financien ahora, doña Hilaria?

domingo, 22 de noviembre de 2015

SOBRE EL RIDÍCULO.

Se que no están las cosas para hablar de tonterías, pero a fin de cuentas uno también tiene su corazoncito.

El ridículo es el del Real Madrid, con su entrenador-oficinista, sus estrellitas millonarias inútiles, y su parte de la afición estúpida. La afición que silbó a Iker Casillas hasta obligarle a irse a un sitio donde hubiera menos gilipollas.

¿O es que también el ridículo de ayer del Real Madrid ante el Barcelona es culpa de Casillas?

viernes, 20 de noviembre de 2015

SOBRE EL 20-N.

Que, como vengo diciendo desde hace muchos años, sería una fecha que sólo recordaríamos unos pocos -cada vez menos- si no fuera porque los rojos, los peperos, los hideputas, los tontos y los acojonados se empeñan en tenerla presente. Todos ellos siguen viviendo cojonudamente contra Franco, el único gobernante español que ha dejado huella desde Felipe II.

Se cumplen cuarenta años desde la muerte de Franco. En un hospital de la Seguridad Social que él había creado. No en clínicas de quinientas estrellas, ni en centros sanitarios de Universidades famosísimas, no; en un hospital donde se atendía a cualquier español, y doy fe de ello pues -en las mismas fechas- mi madre era atendida en él.

Ya lo he contado en algunas ocasiones -especialmente para una entrevista que tuvo a bien hacerme mi camarada Rafa España en su blog-, pero lo repetiré, copiando literalmente lo que entonces dije:

* * * * *

Pregunta.- Para muchos de nosotros, el año 75 nos pilló en pañales y chupete. Creo que tu ya tenías conocimiento de causa a la muerte de Franco. ¿Cómo recuerdas aquel 20 de nov del 75?. ¿Fuiste a "la cola"?. ¿Cómo discurrió para tí aquél día?.

* *

El 20 de noviembre del 75 me pilló con 17 años cumplidos dos días antes.

Lo primero que recuerdo es que un amigo me llamó para avisármelo, así como que en la radio habían dicho que habría tres días de luto y no había clase. Nos fuimos de todas formas al Instituto y luego, comprobado que en efecto no había clases, nos volvimos a casa tranquilamente.

Vivía entonces en un barrio netamente obrero, que pocos años después se vería sacudido por la droga pero que entonces estaba habitado por buena gente, trabajadora, honrada y tranquila, que seguía su vida normalmente. A pesar de todo, había un cierto aire de tristeza o acaso preocupación. Desde luego, en ningún caso de alegría. Ni se vio en las calles del barrio más Policía que de costumbre -alguna patrulla muy de vez en vez-, ni hubo nada especial con respecto al orden público.

Bastantes vecinos fueron a "la cola". Yo no. Tenía la sensación de que había fallecido alguien conocido, pero no próximo. Sin embargo, cuando escuché a Arias Navarro leer en televisión el Testamento Político de Franco, se me saltaron las lágrimas.

A los 17 años recién cumplidos, nunca me había interesado la política, ni sabía nada de nada sobre esos temas. El Régimen pecó de una absoluta falta de ideologización, por mucho que ahora digan que la Formación del Espíritu Nacional -la Política, como todos la llamábamos- fue como la actual Educación para la Ciudadanía. Falsedad absoluta, y demostrable con algunos libros de texto que aún conservo.

Empecé a ser franquista dos días después. Justo dos días después, el 22 de noviembre de 1975, día de la coronación del entonces Príncipe Juan Carlos. Sin razones aún -pero con sensaciones- porque sería ridículo pretender que entendí lo que había detrás de las palabras en el discurso del ya Juan Carlos I. Eso lo entendería mas tarde, pero la sensación no era buena. Franco merecía -así lo sentía- algo más que palabras altisonantes y hueras; merecía lo que, por otra parte, mostraba la televisión: las interminables colas de gentes de toda condición y edad, para rendirle un último homenaje. Sentí -más tarde le pondría vestiduras de razón- que el pueblo había dado la talla y aquellos figurones, no. Por eso digo que soy franquista emocional.

Muy poco más tarde pasé a ser franquista visceral, por la náusea que me producían los ataques a Franco -lanzadas a moro muerto-, y el consentimiento de los que todo se lo debían. En cierta forma, puedo decir que llegué al Nacionalsindicalismo por el asco que me daban los demás.

* * * * *

Resulta obvio decir que, transcurridos cuarenta años, sigo siendo más franquista que nunca, y por las mismas razones: porque todos los demás me dan asco. Soy franquista emocional, no ideológico. Fundamentalmente, porque el llamado franquismo no creó ideología alguna. Tomó algunos principios de la Falange, algunos de la Tradición, y demasiados de la derecha. Pero fue, sobre todo -eso lo señalan hasta los estúpidos- fundamentalmente pragmático. En cada vicisitud histórica tomó lo mejor que encontró en la sociedad para solventar los problemas de la mejor forma posible.

No es momento de reiterar lo que consiguió Franco para los españoles y para España. Baste decir que aún vivimos de su herencia en muchísimos aspectos, y que todo el fundamento del bienestar económico que hemos disfrutado nació en aquél régimen. Y esto no es así porque yo lo diga -que también- sino porque lo prueban todos los que -como dije al principio- siguen viviendo contra Franco.

En el fragmento de la entrevista de Rafa España que he reproducido apunto una segunda conclusión. Llegué al Nacionalsindicalismo y al pensamiento de José Antonio por el asco que me producían los canallas y los snobs -o sea, sine nobilitate, sin nobleza- que atacaban a Franco muerto tanto como le habían alabado vivo.

Esa reacción visceral no podía quedarse sólo en eso, y una vez pasada la primera náusea debía fundamentarse e la razón. Así es que -como las gentes de mi generación, y aún de las anteriores, le debemos a la voluntad de Franco el conocimiento de José Antonio- me incliné a la investigación del Nacionalsindicalismo y de la Falange.

Y aquello -el pensamiento de aquél joven universitario perseguido por la izquierda y la derecha- fue un encuentro deslumbrante. Allí estaba la razón, la verdad, la forma, el fondo y el estilo. Allí estaba la nobleza y allí el valor, lo mismo el que lleva al acto heroico que el que conduce al sacrificio diario, callado, silencioso.

Hay, lo se, falangistas que reniegan de Franco. Se que Franco nunca fue falangista -tampoco tradicionalista-, y que su Régimen careció prácticamente de otra ideología que no fuera la unidad, grandeza y libertad de España. Creo que, para cualquier español, eso sería más que suficiente; que ojalá tuviéramos menos ideología socialista, izquierdista, mundialista, liberal, y mas españolidad a secas y sin etiquetas.

Eso -que las etiquetas no fueran lo fundamental- es lo que pretendió Franco. Lo consiguió mientras vivió, porque para la gente de bien era un ejemplo, y para la mala gente era un aviso. Después, sueltas las ambiciones, la dispersión, los intereses de secta, partido y grupo; encumbrados los mediocres, los chalanes, los embusteros, los -Alfonso Guerra dixit- tahúres, todo fue imposible, y hasta aquí hemos llegado.

Pero Franco -y esto lo digo para los falangistas que quieren hacerse perdonar y aceptar por el enemigo a costa de ser mas antifranquistas que nadie- fue quien permitió que las gentes de mi generación -y en consecuencia de las posteriores- conocieran a José Antonio. Sin la voluntad de Franco, el Nacionalsindicalismo -que, cierto, no se llevó a la práctica más que en algunos puntos, aunque fundamentales- habría desaparecido o se habría difundido entre catacumbas.

Franco quiso que los españoles conociéramos a José Antonio, y una extraña coincidencia, una carambola del destino o -como prefiero pensar- la Divina Providencia unió a los dos en la fecha de la muerte.

No me ha salido este año un apunte de tonos heroicos o emotivos. La situación de pequeñez, de mediocridad, de estulticia y cobardía que nos envuelve no me resultaba propicia para ello. No importa, sin embargo, porque el tono heroico lo pondrá, como siempre, la Oración de este día:


Señor:

Acoge con piedad en Tu seno a los que mueren por España, y consérvanos siempre el santo orgullo de que solamente en nuestras filas se muera por España, y de que solamente a nosotros honre el enemigo con sus mejores armas.

Víctimas del odio, los nuestros no cayeron por odio, sino por amor; y el último secreto de sus corazones, era la alegría con que fueron a dar sus vidas por la Patria. Ni ellos ni nosotros hemos conseguido jamás entristecernos de rencor, ni odiar al enemigo.

Y Tú sabes, Señor, que todos estos caídos mueren para libertar con su sacrificio generoso a los mismos que les asesinaron; para cimentar con su sangre fértil, las primeras piedras en la reedificación de una Patria libre, fuerte y entera. Ante los cadáveres de nuestros hermanos, a quienes la muerte ha cerrado los ojos antes de ver la luz de la victoria, aparta, Señor, de nuestros oídos, las voces sempiternas de los fariseos, a quienes el misterio de toda redención ciega y entenebrece, y hoy vienen a pedir con vergonzosa indulgencia delitos contra los delitos, y asesinatos por la espalda a los que nos pusimos a combatir de frente.

Tú no nos elegiste para que fuéramos delincuentes contra los delincuentes, sino soldados ejemplares, custodios de valores augustos, números ordenados de una guardia, puesta a servir con honor y con valentía la suprema defensa de una Patria.

Esta ley moral es nuestra fuerza. Con ella venceremos dos veces al enemigo, porque acabaremos por destruir, no sólo su potencia, sino su odio.

A la victoria que no sea clara, caballeresca y generosa, preferimos la derrota. Porque es necesario que mientras cada golpe del enemigo sea horrendo y cobarde, cada acción nuestra sea la afirmación de un valor y de una moral superior.

Aparta, así, Señor, de nosotros, todo lo que otros quisieran que hiciésemos, y lo que se ha solido hacer en nombre de vencedor impotente de clase, de partido o de secta. Y danos heroísmo para cumplir lo que se ha hecho siempre en nombre de una Patria, en nombre de un Estado futuro, en nombre de una Cristiandad cvilizada y civilizadora.

Sólo Tú sabes, con palabra de profecía, para qué deben estar aguzadas las flechas y tendidos los arcos.

Danos ante los hermanos muertos por la Patria, perseverancia en este amor, perseverancia en este valor, perseverancia en este menosprecio hacia las voces farisáicas y oscuras, peores que voces de mujeres necias.

Haz que la sangre de los nuestros, Señor, sea el brote primero de la redención de esta España en la unidad nacional de sus tierras, en la unidad social de sus clases, en la unidad espiritual en el hombre, y entre los hombres. Y haz también que la victoria final sea en nosotros una entera estrofa española del canto universal de Tu Gloria.



José Antonio Primo de Rivera, ¡Presente!
Francisco Franco, ¡Presente!
Caídos por Dios y por España, ¡Presentes!
¡Arriba España!




lunes, 16 de noviembre de 2015

SOBRE EL DESCUBRIMIENTO DEL SEÑOR MINISTRO.


El ministro, en este caso, es don Jorge Fernández Díaz, que -véase La Gaceta- ha coincidido con el presidente francés, François Hollande, en que los terroristas "han declarado la guerra a la civilización."

Por supuesto, tanto para el señor Fernández como para el señor Hollande, la cosa es cuestión de unos pocos, los terroristas. Sin añadir apellido. Terroristas crecidos por generación espontánea, sin madre, padre, ni raíces culturales o ideológicas. Todo por no decir, -pese a tener las evidencias en la mano-, que son terroristas musulmanes.

Y los que le añadimos el apellido y les damos la filiación completa, somos ultraderechistas, fascistas, racistas y xenófobos, claro está. Lo cual no impide que los terroristas del sábado en París se explotaran o dispararan al grito de "Alá es grande", o similar cosa que gusten decir.

Y los que decimos que entre esos refugiados tan majos -que se vienen a esta Europa perdida en vez de combatir al enemigo del que dicen huir-, habrá gente que verdaderamente huye del horror; pero también hay maleducados que tiran la comida que se les ofrece porque el envase tiene una cruz roja; y también hay terroristas -léanlo en La Gaceta- que vienen con pasaportes sirios robados, y están dispuestos -véase de nuevo La Gaceta- a matarnos, y el pasado sábado lo hicieron en Francia; los que decimos estas cosas -aunque estén avaladas por los hechos- somos racistas y... bueno, todo eso.

Bien: han hecho falta casi diez años para que un Ministro del Interior español y un Presidente de la República Francesa se enteren de que esto es una guerra. Han hecho falta cientos de muertes. ¿Cuántos años serán necesarios, cuantas muertes, para que se enteren de que es una guerra entre dos civilizaciones y de que -para el enemigo- es una guerra de religión?

¿Se acuerdan del señor Zapatero, el de la Alianza de Civilizaciones que tantos millones nos ha costado? Ya por entonces, hace casi diez años -y lo citaré para que nadie diga que me pongo medallas que no corresponden- escribí sobre el tema, y -a riesgo de parecer inmodesto por la autocita- ahora lo copio:


SOBRE LA “ALIANZA”
01/02/2006

Esa de civilizaciones que se ha inventado el señor Rodríguez Zapatero.

Como invento no está mal. También en Bizancio se inventaron el debate sobre el sexo de los ángeles, mientras los árabes, en las puertas, se preparaban para dárselas todas juntas. Realmente, la Historia es monótona porque el número de los tontos es infinito.

Desde la inmodestia de no considerarme demasiado tonto, creo que no estamos precisamente en una alianza de civilizaciones, sino en una clara GUERRA DE CIVILIZACIONES. En la cual, obviamente, mientras discutimos sobre el sexo de los ángeles, el enemigo empieza a dárnoslas todas en el mismo sitio.

Cuando dos civilizaciones se enfrentan, la coexistencia es imposible. Una u otra deben vencer, destruir, hundir en el simple recuerdo del erudito, a la otra. Y la llamada civilización occidental, esencialmente cristiana, en franco declive, no tiene fuerza para oponer una resistencia real al ataque.

Se enfrenta la civilización occidental, hundida en la molicie, en la apatía, en el egocentrismo, sin fe en sí misma, a una civilización expansiva, creyente, fanática e impelida -por su propia religión- a la guerra.

Total, que será cuestión de más o menos tiempo, pero estamos listos si no se produce un rearme moral de Occidente.

 


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SOBRE EL DIÁLOGO
08/02/2006

El propuesto por su Santidad, Benedicto XVI, entre las religiones y las culturas.
Alabando sinceramente el deseo pacificador del Papa (esa es su obligación), creo que poco diálogo cabe entre la religión Católica y la musulmana. La religión musulmana es una religión del odio, de la guerra. Y quien piense lo contrario, que me ate por el rabo la mosca de que para entrar al paraíso de Alá la forma mas directa, el atajo, es despenar perros cristianos en guerra santa.

Podemos dialogar, claro. Pero –Rafael García Serrano lo dijo- del diálogo no brota la luz, sino el hematoma.

También es cierto que dos no se pelean si uno no quiere. Pero –también lo dijo el maestro Rafael- el que no quiere, se lleva todas las bofetadas.

Y en ello estamos.


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Y para aquél aviso de hace casi una década no hacía falta ser un lince. Bastaba con no ponerse las anteojeras del burro en torno a la noria, dejarse de topicazos y gilipolleces, y ver la realidad como es, no como quisieran que fuera los papanatas buenrrollistas y políticamente necios.

Sin embargo -entonces como ahora, aunque nuestros gobernantes anden tan retrasaditos como suelen- estamos en guerra. Una guerra que estamos perdiendo, y que no ganaremos si no la queremos librar como corresponde.

“Matadles dondequiera que los encontréis, y expulsadles de donde os hubieran expulsado.” 

Al leer esta frase que antecede, los bienpensantes, los políticamente correctos, los progres, los tontos con máster y los gilipollas sin graduación; los dialogantes, los blanditos, los cobardes y los tolerantes hasta el escarnio, me llamarán de todo sin tocar baranda. Pero lamento jorobarles el pasatiempo. La frase no es mía, sino del Corán (2,191).

Aunque, eso si, del enemigo el consejo.


jueves, 12 de noviembre de 2015

SOBRE LO QUE RAJOY PERMITIRÁ Y LO QUE NO.

Copio el párrafo de El País, asumiendo que sus entrecomillados son, como manda la norma, palabras textuales del señor Rajoy:

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha explicado este miércoles, tras convocar un Consejo de Ministros extraordinario y firmar y presentar el recurso contra la resolución de independencia y desobediencia de la Cámara catalana, que los independentistas pretenden "quebrarlo todo" y "devolvernos a la arbitrariedad del poder y retroceder a otros tiempos que la España constitucional ha dejado atrás definitivamente. Cuando se prescinde de la ley, se renuncia a la democracia. Pretenden acabar con la democracia y el Estado de Derecho y no lo vamos a permitir".

O sea -y dejando la palabrería para después- que los separatistas catalanes "pretenden acabar con la democracia y el Estado de Derecho." Y a España, Marianico, que le den dos duros.

Tiene el señor Rajoy -según sus palabras demuestran- una cierta empanada mental. La democracia, señor Rajoy, no es más que una forma de gobierno; el Estado, señor Rajoy, es la forma en que se vertebra la nación. Ni la una, ni el otro, son la parte fundamental, porque son meramente las formas, las vestiduras, con que se muestra lo sustancial. En nuestro caso, señor Rajoy, esa España a la que usted -según el citado artículo de El País, y reclámele a ellos si no es exacto-, no ha tenido a bien citar.

Defender "la democracia y el Estado de Derecho", señor Rajoy, es como velar porque a una persona no le rompan la chaqueta ni le quiten los pantalones, y allá se las componga esa persona para preservar sus brazos y piernas, porque a usted lo que le importa es la vestimenta. Lo accesorio, no lo fundamental.

Aquí, señor Rajoy, lo que se está ventilando es la existencia de España. Y por mi parte -y por la suya, si usted fuera una persona de bien- le pueden ir dando a la democracia y al Estado de las autonomías mientras se mantenga lo que me importa, que es España.

España -será necesario decirlo para topifílicos y necios- no es un territorio; España no es el conjunto de los habitantes con nacionalidad y derecho a voto; España no es la gente que hoy vive en ella; España no es un conjunto de Leyes, ni de normas, ni siquiera de costumbres y tradiciones.

España, señor Rajoy, es todo eso y mucho más. Porque España es el territorio, y es quienes la habitan, y quienes viven en ella; y es el conjunto de leyes, normas, y costumbres que mantenemos. Pero también es la Historia, la cultura, la tradición; lo que hicieron y pensaron nuestros antepasados, desde aquél mítico Orisón que le dio de collejas a los cartagineses a orillas del padre Ebro, hasta el último paleto que ha votado separatismo en las últimas elecciones regionales catalanas. España son los vivos -incluso los vivales-, y son los muertos que la hicieron hasta llegar a hoy. Y son, señor Rajoy, los que si usted y sus gobiernos abortistas los dejan, nacerán en el futuro.

Por eso, señor Rajoy, la democracia y el Estado de las autonomías constitucional son la ropa con que hoy se presenta ese cuerpo milenario de España. Y por eso, señor Rajoy, ni usted, ni yo, ni nadie, tiene derecho a reducir España a esa simple formalidad del sistema de gobierno o la forma del Estado.

Por eso, señor Rajoy, está usted errado -¿tal vez herrado?- cuando afirma que los separatistas catalanes pretenden "devolvernos a la arbitrariedad del poder y retroceder a otros tiempos que la España constitucional ha dejado atrás definitivamente." La referencia a "otros tiempos", contraponiéndolos a la "España constitucional", ya sabemos a donde va a parar. Se suma usted al carro del antifranquismo porque usted -como zopenco necesitado de herrajes- no tiene, según definía Longanessi, ideas, sino antipatías. O porque usted es, simple y llanamente, un cobarde, un pusilánime, un cagurrín y un acojonado -véase la "Trinchera" de mi camarada Eloy de ayer-; un individuo sin personalidad, que todo lo fía a sus asesores de imagen -no tiene otra cosa-, y teme que si habla de la unidad de España -aunque la cite la Constitución felizmente agonizante- le van a llamar fascista.

Lo de fascista es un anatema que acostumbran a expeler los rojos desde la III Internacional, y que acongoja mucho a los memos. A quien de verdad es fascista -o, en mi caso falangista, que no es lo mismo, pero para que los tontos me entiendan- el que los rojos le llamen fascista es algo que se pasan por donde no digan dueñas. Pero a los blanditos, a los suavones, a los nichichanilimoná, les hace pupa. Fundamentalmente, porque les cuelgan la etiqueta, pero carecen de gónadas para replicar con el "rojo de mierda" correspondiente. Y usted, señor Rajoy, está inmerso de lleno en la cualidad de cobardía tancrediana.

En cuanto a la arbitrariedad del poder... ¿qué hay más arbitrario que desobedecer las Leyes desde las Instituciones? ¿Qué hay mas arbitrario que permitir que los funcionarios del Estado, designados a dedo -por votación popular, pero a dedo- se pasen por el forro las sentencias de los Tribunales? ¿Qué hay más arbitrario que perseguir la lengua oficial de España en una región española, y qué hay más arbitrario que no mover un dedo para impedirlo desde el Gobierno? ¿Qué hay más arbitrario que ofrecer competencias a los gobiernitos regionales a cambio de votos para mamonear en Moncloa? ¿Hay, señor Rajoy, algo más arbitrario que la actuación de los sucesivos gobiernos regionales de Cataluña y de España en las últimas décadas, con respecto al desparrame separatista?

Porque aquí llegamos al asunto de fondo: que la cosa no es de hoy.

Lo he dicho no hace mucho, pero habré de hacerlo una vez más, habida cuenta de las muestras de asombro que se repiten en radios y prensa a propósito de la mamarrachada de los separatistas catalanes. Casi se rasgan las vestiduras -no del todo, pues entonces se les verían las vergüenzas, y no sólo las físicas- gimoteando sin explicarse cómo ha sido posible que hayamos llegado hasta aquí, hasta esta declaración de propósitos, en sede parlamentaria regional, de los secesionistas.

Y ninguno de ellos -ni políticos, ni periodistas, ni cualquier persona que una vez en su vida haya dicho interesarse en la política y en la sociedad- tiene derecho a asombrarse ni a escandalizarse. Esto que pasa hoy -lo que pasó ayer, lo que pasará mañana- ya está dicho, avisado y -para que no haya dudas- escrito desde hace mucho tiempo. Lo que está pasando ya lo avisamos muchos y desde el principio de este espectáculo circense autonómico. Lean ustedes -políticos y periodistas, enteradillos con o sin graduación de los aparatos partidistas-, los artículos publicados en El Alcázar, en Fuerza Nueva -revista-, en La Nación; o, mas modestamente, en las publicaciones Cruz de los Caídos -de los Distritos de Ciudad Lineal y San Blas de Fuerza Nueva de Madrid- o EJE, de Juntas Españolas, y lo verán.

Todo está avisado, y ya lo dijeron grandes patriotas y grandes escritores -Rafael García Serrano, Luis Tapia Aguirrebengoa, Ángel Palomino, Ismael Medina, Joaquín Aguirre Bellver...-; y también -en una dimensión distinta, pero también clarividente- mis camaradas que lo escribieron en EJE, y de los que sólo referiré a Eloy R. Mirayo y -modestia aparte- yo mismo. Quien quiera comprobarlo, sólo tiene que ir a la página de Ediciones Anteriores de mi diario, y desde allí se podrá descargar buena parte de ello sin que ningún fiscal tenga media palabra que decir, porque todo lo que ahí pueden encontrar fue escrito para darlo a la opinión pública, y la mayor parte es de mi absoluta propiedad -o la de mis camaradas- y sólo nos reservamos el derecho de que se cite la procedencia y no se modifiquen los textos.

Éramos -en su lenguaje de estereotipos y topicazos- fascistas, ultras, bárbaros fuera del sistema. Pero teníamos razón, y ahí lo están viendo, desde su falso asombro de arribistas, cohechistas, prevaricadores, comisionistas, estómagos agradecidos y tontos útiles; o desde su asombro real de tontos con máster, necios de aluvión o tontolabas pesebristas.

Nosotros -no unos cuantos "iluminados", sino cientos de miles de españoles ninguneados por el Sistema partitocrático- lo sabíamos. Nosotros lo dijimos. Nosotros sufrimos descalificaciones y calumnias. Pero teníamos razón.

También teníamos -tenemos- la claridad de conceptos que José Antonio nos legó. Justo debajo de la cabecera de mi diario figura, desde hace años, la premonición y el aviso. Pero aquí lo tienen de nuevo, escrito en 1934 y válido para hoy mismo:

Todos los síntomas confirman nuestra tesis. Cataluña autónoma asiste al crecimiento de un separatismo que nadie refrena: el Estado, porque se ha inhibido de la vida catalana en las funciones primordiales: la formación espiritual de las generaciones nuevas, el orden público, la administración de justicia.... y la Generalidad, porque esa tendencia separatista, lejos de repugnarle, le resulta sumamente simpática.

Así, el germen destructor de España, de esta unidad de España lograda tan difícilmente, crece a sus anchas. Es como un incendio para cuya voracidad no sólo se ha acumulado combustible, sino que se ha trazado a los bomberos una barrera  que les impide intervenir. ¿Qué quedará, en muy pocos años, de lo que fue bella arquitectura de España?

¡Y mientras tanto, a nosotros, a los que queremos salir por los confines de España gritando estas cosas, denunciando estas cosas, se nos encarcela, se nos cierran los centros, se nos impide la propaganda! Y la insolencia separatista crece. Y el Gobierno busca fórmulas jurídicas. Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)




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