Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

miércoles, 8 de mayo de 2024

SOBRE EL COMUNISMO PROPALESTINO.

No quería meterme en este charco, porque conozco las querencias antijudías de muchos de mis posibles lectores.

Digo antijudías, no antisemitas, porque -como me ilustró mi camarada Arturo Robsy, conocedor de historias y hasta de idiomas para mí imposibles- tan semitas de origen son los judíos como los palestinos.



Aclarado  esto,  paso  a  lo  que  me  importa  hoy  comentar:  la  acampada  de  gentes  que -supongo- han pagado una matrícula -estudiar, a la vista está que no- en la Universidad Complutense de Madrid, y otros que cobran por pasearse -enseñar, también está a la vista que no- por las aulas. Gentes -presuntos estudiantes y presuntos profesores- que mantienen una acampada indefinida para mostrar su apoyo al pueblo de Palestina y exigir el fin del conflicto en Gaza, indica El Debate.

Cito a este periódico porque suyos son los periodistas que han sido expulsados de la acampada, al grito de «fuera fascistas de la Universidad,» y de que «la extrema derecha abandone el espacio».

No serán estudiantes de Física, me permito aventurar, porque en tal caso sabrían que el espacio no se puede abandonar. Tampoco el tiempo, porque ambas magnitudes definen nuestra existencia y, la verdad, me parece una forma muy rebuscada para indicar a los aludidos que se mueran. Hace falta algo más de inteligencia para un juego de ideas así, y estos son de piñón fijo, de los que -decía Longanessi- no tienen ideas, sino antipatías. Y además, aunque sigan dentro del tiempo, están anclados a los años fastuosos del estalinismo rampante, lo cual les inhabilita para cualquier humorismo.

En fin, a lo que voy: los propalestinos son antifascistas, ergo comunistas. Lo cual me justifica sobradamente para mantener mi postura de siempre sobre Israel, el Estado que nos está salvando el trasero de la invasión musulmana, por más que los imbéciles políticos -y los religiosos- procuren abrir las puertas a todos los que un día u otro nos acabarán acogotando. Merecidamente, además. Por tontos.

Pero de momento, ahí sigue Israel; el único Estado del mundo que se pasa por el arco del triunfo la opinión de los manifestantes comunistas, de los profesores de estalinismo dictatorial, de los mamarrachos al estilo de un tal señor esposo de doña Begoña, y hace lo que tiene que hacer para defender su territorio, su existencia y su esencia.


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