Que es como, en las épocas clásicas, se llamaba a lo de que un señor le pusiera la mano en la cara a otro. Y que, evidentemente, viene a cuento de la tocadura de cara de un tal señor Viondi, del que la prensa dice que es -más bien era, porque su partido le ha obligado a largarse con viento fresco- concejal socialista en el Ayuntamiento de Madrid, al Alcalde Martínez-Almeida.
El caso es que el socialista Viondi le dio al alcalde tres toquecitos en la mismísima jeta, a lo cual el señor Martínez-Almeida respondió enfadadísimo que «no me vuelva a tocar jamás la cara». Más concretamente, según la prensa, y recurriendo a la memoria -no sé si histórica-: «Ya sabemos el perfil. El señor Viondi ya amenazó a un diputado con que le iba a arrancar la cabeza. Es usted un violento en los plenos y no se lo voy a permitir. No me vuelva a tocar jamás la cara»
El amenazado con la decapitación, por cierto, era un diputado podemita, lo cual demuestra que no hay nada como hablar en confianza con los amiguetes, y que la ultraizquierda sigue con sus buenas costumbres.
Y -ya lo he oído en la radio- habrá quien elogie al señor Martínez-Almeida por su reacción valerosa, como si le hubieran visto encabezar una carga de caballería. Porque eso, el «no me vuelva a tocar jamás la cara», es lo máximo que cabe esperar de la derecha acojonada, que suplica que no le mesen las barbas y que se queja -"seño, mire lo que me ha hecho"- si le tocan la carita de niño bueno.
José Antonio, en cierta sesión parlamentaria donde la discusión subió de tono, dijo algo como -cito de memoria- "lo que tiene que hacer Su Señoría es dejar que nos peguemos de vez en cuando". Un fascista, por supuesto. Un "violento", en definición del señor Martínez-Almeida, lo cual parece ser el colmo de lo intolerable.
Pero mire, señor Martínez-Almeida: si le toca a usted la cara alguien que usted no quiera que se la toque, lo normal entre gente de bien sin castrar, es que -como mínimo- se levante usted de su poltrona, le coja de las solapas y le diga que como se le vuelva a acercar le va a dar tal mano de leches, que cuando termine no va a saber ni cómo se llama. Todo ello con voz suave, calmada, sin alterarse, sin aspavientos.
Y si se altera usted, señor Martínez-Almeida -porque casi todos somos humanos- tampoco podría considerarse impropio que le soltara un puñetazo en mitad de los morros que le hiciera tragarse, como poco, un par de dientes.
Pero eso, claro, es cosa de fascistas.
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