Más de lo mismo, que gira en
torno a lo de los catalanistas catetos, cagurrines e hideputas del otro día;
pero, en esta ocasión, visto desde el lado contrario.
El lado contrario
es el asombro pazguato, el ridículo escándalo que muestran los comentaristas,
tertulianos y paniaguados de las ondas. Asombro de que cosas así -que una recua
de separatistas agredan a dos mujeres- puedan acontecer. Escándalo hacia ese
hasta qué punto hemos llegado, que parece coartada de marido cornudo que
consiente, y trata de salvar la jeta con aparatosos aspavientos.
Porque
todos sabemos -todos los que no metemos la cabeza bajo la mordida- que cosas así
no ocurren ahora, sino que llevan sucediendo muchos años. Por lo menos treinta,
y ya he contado cómo a mis camaradas de Juntas Españolas, que habían ido -allá
por el 92, supongo- a recibir la llama olímpica con sus banderas de España, la
policía les hizo ocultarlas y les obligó a marcharse ante el griterío de los
rojoseparatistas -antecedentes de la CUP, por ejemplo- y de los separatistas
burgueses que ya vislumbraban el tres por ciento. Mis camaradas hubieran
hecho frente a la fuerza bruta -que es la única que tienen los rojos, los
separatistas y los canallas-; pero como a la fuerza bruta la protegía la fuerza
pública, y el sistema judicial, y los partidos políticos -todos los del
parlamento, todos-, y la prensa, y la radio, y la televisión, y las putas y sus
hijos, no tuvieron más remedio que plegarse a la fuerza bruta de la fuerza
pública. Ya se que parece un lío, pero si se fijan lo verán claro.
Porque
el caso -lo que hay que ver- es que los separatistas, los rojos, los antisistema
-o sea, los anarquistas y los vagos- están protegidos por el sistema político.
Por los mismos que ahora condenan, se escandalizan y se asombran, aunque son
ellos los que lo han hecho posible.
Lo han hecho posible todos los
gobiernos padecidos en España, desde el -Alfonso Guerra dixit-
tahúr Suárez, pasando por el X González, por el consentidor Aznar,
por el psicópata Zapatero y por el tancredo Rajoy. Todos ellos han consentido,
han mirado a otra parte, han pasado por las horcas caudinas del chantaje
separatista a cambio de los votos para ocupar la Moncloa, y han callado como
putas -si, eso: como putas- ante los continuos ataques a España, a los
españoles, a la Historia y a la verdad.
Y ahora tienen la desvergüenza de
escandalizarse. La cara dura -jeta de granito- de asombrarse. La hipocresía de
gimotear ante un caso -especialmente llamativo, eso si, por su vileza- que es el
pan de cada día de cuantos conservan la razón y la vergüenza en esa pobre y
desgraciada Cataluña sojuzgada por la gentuza de peor calaña.
Y cuando
pasen tres días, una semana, volverán a la complicidad silenciosa. Y todos
-políticos, periodistas, bienpensantes y bienpiensantes, cabrones con pintas e
hideputas sin pedigrí- volverán a callar ante el sufrimiento, las injusticias,
las amenazas y las extorsiones que sufre a diario la mayoría de los habitantes
de Cataluña. Esa amplísima mayoría que no votó separatismo en sus últimas
elecciones regionales, pero que es ocultada y privada de voz por los que se
llaman a sí mismos -ejemplar engreimiento, manifiesta soberbia- formadores de
opinión.
Y no habrá quien, la próxima vez que se rasguen sus vestiduras
de hipocresía, les tire un canto a la cabeza.
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