Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

sábado, 1 de septiembre de 2018

SOBRE EL ANTIFASCISTA MANUEL GARCÍA.

El señor García, vecino de Blanes (Gerona) y de origen -del que muy legítimamente alardea- en Córdoba, parece haberse hecho famoso por enfrentarse a los cretinos del lacito amarillo en la Catalunlla cateta del separatismo.

El señor García ha conseguido denunciar -tras varios infructuosos intentos, en los que la policía municipal de su localidad se lo impedía- la invasión que los paletos separatistas hacían de su propiedad, colocándole ante la puerta de su restaurante los susodichos lacitos.

El señor García, a tenor de ello, casi se ha convertido en héroe de quienes sufren -cada vez menos en silencio, gracias a Dios- el acoso de los anarcoguarros, de los pijocatalanistas y de los gilipollas.

Pero he aquí que el señor García, entrevistado en la cadena COPE, se define como hombre pacífico, tranquilo y liberal, al que -comenta- no le importa que le digan lo que sea. Cualquier cosa la acepta, excepto -y al decirlo casi se altera- que le llamen fascista.

O sea: que don Manuel admite que le llamen -como lo han hecho- español de mierda, o incluso hijo de puta. De todo, menos fascista.

Sus razones tendrá.


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