Iba a escribir algo a propósito de la fecha, pero a estas alturas ya no se si, caso de hacerlo, me vendrán a expulsar de alguna de sus múltiples comunidades los que hasta ahora había tenido por camaradas.
Los sigo teniendo, porque soy de natural terco -incluso cabezota, y a mucha honra- y lo que aprendí hace medio siglo no lo voy a cambiar ahora, cuando ya probablemente no tengo tiempo de aprender cosas nuevas. Ni maldita la falta que me hace.
Pero se que ahora mismo, si yo digo lo que llevo diciendo ese medio siglo, más de uno me va a tocar los insonoros, y lo mismo -en una reacción poco adaptada a la nueva realidad- renuncio por un momento a lo que me enseñó mi primer Jefe de Distrito en Fuerza Nueva, allá por el 1978: que todos los que llevamos la camisa azul somos hermanos, y que jamás se levanta la mano, ni la palabra, contra una camisa azul. Independientemente de las siglas bajo las que cada cual intente servir a España.
No tengo muy claro que ahora lo de servir a España sea lo primero. Tampoco tengo nada claro que queden muchas camisas azules donde yo las encontré hace casi cincuenta años. Creo que han pasado a posiciones que, en mi época de entonces y en mi consideración de ahora, no son las mías. Los demás que vayan a donde quieran, pero creo que ya no puedo considerarme camarada de los que no hace mucho tenía por tales.
Y yo no he cambiado. Sigo donde he estado desde el 22 de Noviembre de 1975; el día en que el asco por el comportamiento de los vivos me dio a conocer la importancia de los muertos. Pero quizá ocurre que los camaradas que yo conocí ya están en su mayoría junto a aquellos muertos que yo sigo viendo en los luceros, aunque los referentes actuales de la ortodoxia los hayan expulsado de ellos. Y quizá ocurre que sea mi hora de irme con ellos, con los míos, porque ya no queda sitio para mi entre los que llevan la misma camisa, pero no las mismas ideas.
Tal vez eso sea todo: que ya estoy de más, que lo mejor que puedo hacer, mientras no deje de molestar definitivamente, es quedarme en mi rincón, calladito, sin causar problemas.
Y cuando Dios quiera, irme con los míos. Con los que tampoco han cambiado, aunque los quieran "reinterpretar." Como si lo que ellos dijeron, lo que ellos hicieron, necesitara interpretación casi un siglo después.
Hoy es 18 de Julio, y hace 89 años que España se resistió a morir y se levantó contra los rojos internacionalistas de obediencia soviética. Hoy obedecen a los terroristas baskos -que no vascos, no confundir-, a los golpistas separatistas catalanes, y a los reyes de países extranjeros que -según cada día parece más claro- tiene cogido al presidente de este simulacro de gobierno por las gónadas. Si es que tiene.
Hoy es 18 de Julio, y hace 89 años de que una parte de los soldados españoles, y muchos miles de voluntarios civiles, se levantaron contra la tiranía de un gobierno vendido al comunismo soviético de una Rusia que -entonces como ahora, aunque los que fueron mis camaradas la consideren hoy su meca y rindan pleitesía al padrecito Vladimir- era más inaceptable por su carácter "asiático, torvo, amenazador" (1) que por el simple comunismo. La Rusia de hoy sigue siendo esa ola de barbarie asiática, torva y amenazadora, y no hay más que ver cómo manda sus propios soldados a la muerte sin material adecuado, cómo es incapaz de dar a su material de guerra el mantenimiento que lo haga seguro para sus propios combatientes, cómo sigue siendo ese estado criminal que manda oleadas desarmadas para que los de segunda fila cojan las armas de los de la primera cuando los maten, según vieron y contaron mis camaradas de la División Azul.
Pero esto ya no es asunto mío. Que cada cual elija a sus referentes donde quiera, y que incluso los proponga como ejemplos aunque sean lo que sus camaradas caídos combatieron. A mi ya se me han acabado las ganas de escribir, porque se que ni voy a convencer al enemigo -no adversario, no; ya es enemigo, y está acabándose el tiempo de las palabras-, ni van a estar de acuerdo los que tenía por amigos.
Ahora, los que eran los míos son prorusos, propalestinos, proterroristas, proimperialistas. Rechazan el imperialismo yanqui, que tiene mala fama, y aplauden el ruso, cada vez más soviético, y torvo, y amenazador. Tachan de criminal la ayuda yanqui al Estado de Israel, y animan a los terroristas islámicos herederos de la manipulación soviética en los países árabes que los convirtió en campos de entrenamiento para -sin ir más lejos-, los etarras que ahora nos gobiernan. Son antisemitas, pero están contentos y felices con la "desnazificación" de Ucrania por parte del padrecito Vladimir.
Y muchos de los que siempre he tenido por camaradas no me han considerado así, por mi respeto y defensa del Caudillo de España, Francisco Franco. Siguen hoy instalados en el antifranquismo, quizá para que el enemigo les perdone los crímenes de haber creado la legislación laboral más avanzada del mundo en su momento -Fuero del Trabajo-; haber creado la Seguridad Social -esa que los necios afirman que no existía hasta que llegó Felipe González-; haber colaborado en la revolución económica que llevó nuestra Patria a las cotas mas altas de bienestar popular conocidas. En todo ello colaboró la Falange -Pedro González Bueno, José Antonio Girón de Velasco-, junto con otros grandes españoles de tendencias diferentes. Pero hay que renunciar a ello porque el Jefe del Estado era Franco.
No lo entiendo, ni lo voy a entender. Tampoco lo voy a discutir, porque no merece la pena que algún sarcasmo de los que a veces aún sé colocar, alguna ironía que todavía a veces me surge, me haga herir a un antiguo camarada. No quiero faltar a mi compromiso de medio siglo levantando la palabra contra una camisa azul.
Y acaso sea, como decía, mi hora de despedirme. Aunque alguna vez me reviente la ira y me obligue a expresarla en unas líneas o en unas frases. Aunque algún día quiera rendir un homenaje a mis camaradas, y ofrezca en su memoria lo que buenamente Dios me permita escribir. Aunque cuando vea algo más cerca la hora de irme con los míos, quizá escriba algo que algún amigo me hará el favor de publicar cuando ya no esté. O quizá no encuentre quien lo haga, y si alguien acaba casualmente por aquí dentro de un tiempo, no sabrá nada del que escribió estas palabras.
No importa. No he hecho en mi vida nada útil ni digno de recuerdo. Sólo he sido fiel a mis camaradas, a mis maestros y a mí mismo. Y a mi Patria.
¡Arriba España!
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(1) José Antonio Primo de Rivera.
Discurso de Clausura del Segundo Consejo Nacional de La Falange
(Cine Madrid, de Madrid, el día 17 de noviembre de 1935)
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