Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

martes, 13 de septiembre de 2022

SOBRE LA CREDIBILIDAD PERIODÍSTICA.

Existe, como probablemente algunos de ustedes sepan, un semanario llamado Don Balón, que se ocupa de asuntos deportivos y se publica desde Barcelona. Llamarlo periódico quizá resulte excesivo. O no, y ese es el tema de mi comentario.

El periódico -porque periódico es toda publicación que aparece con determinada periodicidad- es un claro ejemplo de amarillismo, y -salvo forofos de los detritus desinformativos- nadie lo puede tomar en serio. Como ejemplo, véanse las dos capturas de pantalla que siguen:


El panfleto Don Balón -que hará palidecer de envidia a los más osados tabloides británicos, tan famosos por su amarillismo-, no es sino un ejemplo de la desinformación que se gasta la prensa libre en nuestros lares. 

No suelo ocuparme aquí de temas futbolísticos, salvo ocasionalmente y por motivo de tocamientos indebidos, como cuando se hizo debate nacional por el asunto de si el Atlético de Madrid haría o no pasillo al Campeón de Liga, Real Madrid. No creo que los temas deportivos deban ser usados como motivo de separación, cuando tanta necesidad de unidad hay, y no quiero que mi madridismo confeso pueda molestar a quien tenga a otro club en sus preferencias.

Por eso, si traigo aquí el asunto del Don Balón es porque hay referencias claras que demuestran el amarillismo con el que muchos de nuestros compatriotas comulgan diariamente, tomándolo como oráculo. En otros temas y en otros periódicos sería imposible, porque todos ellos siguen la misma línea editorial básica; todos son iguales, ninguno se atreve a decir una puñetera verdad, y descalifican y calumnian por igual a quien no traga la verdad oficial del progresismo de patio de colegio, la corrección política establecida por Ley, y las subvenciones -aunque sólo sean las de la publicidad institucional- que dan de comer al empresario que paga y manda en la ética profesional.

Evidentemente, lo mismo -corregido y aumentado en función del número de oyentes o visualizadores- se puede aplicar a emisoras de radio y televisiones.

Y casos como el amarillismo de Don Balón, fácilmente comprobable con una leve dosis de realidad, son indetectables en otros temas para la mayoría cuando se trata de prensa escrita, radio o televisión, donde cada asalariado varía ligeramente el envoltorio de la noticia para dar credibilidad a su empresa y que siga la comedia, pero en cuyo fondo ninguno discrepa.

Las líneas de lo permitido son claras, y el pueblo -considerado cada vez más como menor de edad mental- no debe conocer la realidad. Mejor una buena propaganda.


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