Pero piense el Gobierno que si España se le va de entre las manos, no podrá escudarse tras de una excusable negligencia. Cuando la negligencia llega a ciertos límites y compromete ciertas cosas sagradas, ya se llama traición.

José Antonio Primo de Rivera.
(F.E., núm. 15, 19 de julio de 1934)

viernes, 9 de febrero de 2018

SOBRE LA LENGUAJA DE DOÑA IRENA MONTERA.

Doña Irena Montera, diputada -nunca mejor dicho- de unidas podemas, o de cualquiera otra cosa que se le pueda ocurrir. U ocurrira.

Ya decía mi camarada Eloy, en su artículo de ayer, que antes se coge a una gilipollas o a un "gilipollos" que a una coja o un cojo, lo cual pone en su sitio a doña Irena. O en su sitia.

El caso es que la modernidad y la progresía lleva demasiados años expresándose a través de la gilipollez -o gilipolleza- de demasiados idiotas -o demasiadas idiotos, o demasiades idiotes-, que de la incultura y la ceporrez -o ceporreza- hacen gala. Y así, lo de dar visibilidad a la mujer que doña Irena pone como justificación, se traduce en que, efectivamente, cada día se hace más evidente que hay mujeras que no son invisiblas, pero si impresentablas.

Lo que uno no acaba de tener claro, es si doña Irena Montera necesita portavoza o portabozales.


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