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lunes, 27 de junio de 2016

SOBRE EL GANADOR DE LAS ELECCIONES.

Ya sabemos que, en estos casos, todos han ganado. Los unos, porque tienen más votos que antes; los otros, porque consiguen más escaños de lo que pensaban; los de allá, porque logran que no los desbanquen; los de acullá, porque se mantienen en liza... Total, que aquí nadie pierde, y acaba uno preguntándose si, entonces, quien pierde no es el pueblo español -que, sinceramente, se lo merece- y, lo que es peor, si quien pierde no es España.

Podríamos hacer cábalas con los números, y afirmar que el PP avanza algo porque ha sabido espolear el miedo a un más que posible Frente Popular. Podríamos decir que el PSOE no se hunde tanto como vaticinaban las encuestas: que el arrejuntamiento de comunistas con rojiverdes, animalistas (cada cual mira por lo suyo) y separatistas de vario pelaje se ha quedado muy por debajo de sus aspiraciones; y que los Ciudadanos del señorito Alberto han pagado por su inclinación socialista.

Podríamos hacer números con los escaños de unos y otros, y advertir que el Frente Popular sigue siendo posible, y que las ansias de tocar poder pueden mucho, con lo que tampoco es descartable que la izquierda se junte a quien haga falta -separatistas de derechas, filoterroristas de izquierda- y a los de Ciudadanos, que no saben lo que son, pero si saben a quien no quieren apoyar.

Pero todo esto no sería sino entrar en la menudencia del cambalache, cuando lo auténticamente revelador es la cantidad de españoles con derecho a voto que no ha elegido a ninguno de los que se presentaban: la friolera de 10.840.364, que supone un 31,84%. Es decir: casi un tercio de los que podíamos hacerlo, nos hemos negado a participar en la mascarada.

Es más: ese 31,84% es la segunda fuerza más votada, sólo por detrás del PP, que alcanza un 33,03%. Los demás -todos los demás- quedan por detrás de quienes no queremos ser cómplices, y lo expresamos bien sea no acudiendo a las urnas, bien votando en blanco, bien votando nulo. Porque la interpretación de esas tres opciones -no ir a votar, votar en blanco o nulo- es la misma.

La de quienes no vamos a votar -más del 30%- es clara: no votamos porque no creemos en el sistema. No me atrevería a afirmar de qué lado caería la posible elección, pero si hay un dato interesante, y es que en estas elecciones había una coalición de partidos de izquierda, de ultraizquierda, de antisistema, de anarquistas y de varios pelajes igualmente marginales, todos ellos posibles representantes de los que decían no sentirse representados en el Parlamento durante las algaradas del 15-M.

La opción del que vota en blanco es, evidentemente, la de no elegir a ninguno de los que se presentan. Ninguno les convence, a ninguno desean tener por gobernante, pero acaso estén de acuerdo con este tipo de sistema, pese a que no les ofrece salida.

Y la del voto nulo, ¿qué quieren que les diga?. Habrá algún caso de errores como meter en el sobre varias papeletas de distinto partido; de meter una papeleta donde se hayan tomado notas; de meter una papeleta donde el niño haya dibujado... Pero las papeletas -apuesto a que mayoritarias- de quienes hayan escrito lindezas como un generoso “¡que os den!”; un invitador “¡iros a tomar...!”; un definitorio “¡chorizos!”, o un genealogizante “¡hijos de...!”, no parece que sean un error.


Así es que, lo dicho: aquí, quien de verdad ha ganado las elecciones, ha sido la abstención, que cada día avanza más. Los que -por una u otra causa, y ya digo que la ultraizquierda sí tenía a quien votar- no queremos nada con este sistema que nos engaña, nos oprime y nos utiliza.